No hay que perder la esperanza

La fortaleza de la democracia europea frente a Putin

Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Vivimos momentos difíciles y así como estos días prometemos hacer más ejercicio para quitarnos esos kilos que nos sobran, sería deseable que también los países se marcaran objetivos compartidos pues enfrentan problemas globales con respuestas locales que son inadecuadas para resolverlos porque los virus, sean sanitarios o informáticos, tienen la mala costumbre de no detenerse en las fronteras nacionales. E igual ocurre con el calentamiento global, que empeora como consecuencia de las urgencias impuestas por una pandemia que también ha dañado a la globalización llevándonos a cambiar precio por seguridad en las cadenas de suministros. Todo ello en un contexto en el que el orden liberal, vencedor de fascismos y comunismo, se ve contestado desde China y Rusia por formas autoritarias de gobernanza que se dicen más eficaces en tiempos de crisis (?), mientras exigen un nuevo reparto del poder y unas reglas de funcionamiento internacional más acordes con su propia cultura y valores. El resultado es que la democracia pierde terreno en el mundo. Si los desacuerdos entre China y Estados Unidos crecen en los próximos años, como parece probable, el mundo enfrentará un serio riesgo de desacoplamiento tecnológico que nos puede llevar a sistemas incompatibles entre sí de Internet, de transferencias financieras etc. Por si fuera poco, los excesos de desregulación de los últimos años han aumentado las injusticias porque mientras el sistema político predica igualdad, la economía promueve la desigualdad ya que desde 1980 los salarios no aumentan al ritmo que lo hace la productividad.

El descontento que eso produce se traduce en populismos y lleva agua al molino de los nacionalismos identitarios. Y todo eso con una guerra en Ucrania que amenaza con prolongarse y con un rebrote del covid en China. No es como para tirar cohetes.

Kai Fu-Lee, el gran gurú chino de la Inteligencia Artificial, estima que añadirá 15 billones de euros al PIB mundial en 2030 y que la mitad se quedará en China, un 25% será para los EE UU y el resto se repartirá entre otros países. Esa es la gran competición de nuestro tiempo y Europa no participa. China e India tenían el 60 del PIB mundial en 1800 que se redujo al 10% en 1900 y Beijing sabe, porque lo dijo Mao, que eso sucedió porque perdió el tren de la primera revolución industrial y Xi Jinping no quiere que vuelva a suceder porque también sabe, esta vez se lo ha dicho la Brookings Institution, que quién domine la Inteligencia Artificial en 2030 dominará el mundo en 2100 y por eso invierte masivamente en su desarrollo. El resultado de esta pugna entre gigantes acentuará las divisiones entre ricos y pobres y también entre los países que logren subir al tren de la revolución digital y los que se queden en el andén viéndolo pasar.

Por otra parte, la elevada inflación, la subida de las tasas de interés, el reforzamiento del dólar y la desaceleración económica crean una tormenta perfecta que daña especialmente a los países más débiles que verán crecer su deuda y tendrán más dificultades para financiarse. Según el Banco Mundial estos países deben la friolera de 200.000 millones de dólares que vencen en 2023 y al menos una docena de ellos no podrán pagar. Necesitarán reestructurar la deuda (mucha en manos privadas), renegociar los intereses e incluso conseguir quitas del principal y no es seguro que lo vayan a conseguir. El caso de Sri Lanka es paradigmático. Es curioso que uno de los países más reacios a echar una mano sea China por la opacidad con la que funciona su aparentemente generosa política crediticia.

El mundo hoy es interdependiente y a todos interesa –o debería interesar– que al otro le vaya bien. Se calcula que el efecto combinado de la pandemia, la inflación y la invasión de Ucrania ha empujado últimamente a cien millones de seres humanos a la pobreza y el desarrollo de la IA aumentará el desempleo.

Por eso, la llegada del nuevo año me parece un momento adecuado para replantearnos algunas cosas y procurar corregir el rumbo antes de que sea demasiado tarde porque también ha habido cosas positivas en 2022, como que la democracia, atacada, ha mostrado su fortaleza en Europa frente a la embestida de Putin y también en EE UU frente a los energúmenos que asaltaron el Capitolio. Por eso no debemos perder la esperanza ni abandonar nuestros valores.

¡Feliz año!

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