Inmensa minoría

Alejarse de los dictados de la mayoría

Fernando R. Miranda

Fernando R. Miranda

Quiso el destino que un evento familiar me impidiera seguir la ya lejana eliminación de España en el Mundial de Catar. El caso es que, después de la comida, improvisamos un paseo por el gijonés Muro de San Lorenzo. Me llamó la atención la cantidad de gente que en ese momento, jugándose la primera parte, paseaba tranquilamente arriba y abajo. Ajenos totalmente al acontecimiento deportivo, cientos de personas disfrutaban de la tarde como si lo que estaba ocurriendo no fuera con ellos. Incluso, ya en la prórroga, entramos en un café de la plaza de San Miguel que, sin televisor, daba cuenta de la tarde con clientes que apaciblemente charlaban sin percatarse de que, en ese preciso instante, nos estábamos «jugando la vida» como país.

Pues sí, confieso que los alternativos eran más de los que yo me imaginaba. Esto del fútbol parece que todo lo abarca pero, al final, al cocer la cosa mengua. Negocio y emociones que sirven para muchas cosas... Por ejemplo, en lo colectivo, para dar felicidad a los ciudadanos de un país maltratado. Eso es impagable. Ayuda, así mismo, a poner en su sitio a personas tendentes a los excesos verbales pero también a fabricar mitos prescindibles y frustraciones innecesarias.

La pelota da para mucho y absorbe como un pararrayos la atención, distrayéndonos en momentos de crisis personales como eficaz válvula de escape. Las mediáticas historias futboleras amortiguan los golpes y acolchan una existencia de valles y montañas. Pero ya vemos que no todos los ciudadanos han puesto en el centro de su vida los acontecimientos deportivos señalados en rojo. El pensamiento unificado también tiene grietas y, por lo que se ve, no está tan globalizado como uno pensaba.

Yo mismo, buen aficionado y socio de un club asturiano, he experimentado la sensación de pasar una tarde con una inmensa minoría, aunque fuera forzado por las circunstancias. Esta provocadora vivencia no es para nada negativa, sino saludable. Lo de alejarse de vez en cuando de los dictados mayoritarios, aunque sea solo para percatarse de que las mayorías no son tan numerosas ni las minorías, además de discretas, tan silenciosas, es apabullante. Sí, mueven montañas, pero en la humanidad de nuestro tiempo todo se magnifica en segundos. Hay picos de ruido como si de tensión arterial fueran después de unos días de excesos de comida y alcohol. Espirales colectivas de ansiedad que nos hacen apartarnos de nuestro refugio de reflexión. Mensajes que dan vueltas al planeta en instantes para desaparecer en pocos días sin que nadie sepa más de ellos. Ideas sin rumbo ni creencias cuyo futuro prescribe cuando se apaga el megáfono.

Es la sociedad del cansancio, más que la de la información, subyugada por un artificio de positividad. La casualidad hace que entremos de vez en cuando en mundos vetados para seres divergentes. Tomar perspectiva de las cosas dándonos cuenta que los raros, a veces, somos los que transitamos en rebaño.

Vamos ahora hacia una época de crispación electoral y, con ella, nos adentramos en una montaña rusa de mensajes amplificados. No demos nada por sentado, ni tan siquiera que se imponga nuestra propia razón, porque todo depende de un día aciago o de un amanecer tempestuoso. Los infalibles pronósticos del tiempo pueden darse la vuelta en el último minuto. Es el cambio climático de las emociones el que produce la crisis de argumentos. Frases trepidantes que nos trastornan y ponen a prueba nuestro criterio personal, paso previo a un vacío de decisiones equivocadas.

Hay tardes festivas, como aquella de noviembre del año pasado en una eliminatoria futbolera imprescindible de ver, en la que los menos desengañados, los más felices, fueron los pocos muchos que optaron por disfrutar de la brisa del mar.

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