Más allá del Negrón

Esperando el tren

La tomadura de pelo con el AVE demuestra la irrelevancia de Asturias para Madrid

Reloj

Reloj / Ilustración: Pablo García

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

El profesor de Historia, cuando quería despertar a la chavalería del sopor habitual, sólo tenía que mencionar el dato de que la línea Langreo-Gijón había sido el tercer ferrocarril de España. Únicamente superado en antigüedad por el Barcelona-Mataró y el Madrid-Aranjuez. Qué orgullo. Habíamos hecho historia en algo, además de la gesta de don Pelayo y la Revolución del 34. Luego se nos bajaron un poco los humos cuando supimos que, en realidad, nuestro tren había sido el cuarto, porque en la entonces Cuba española el ferrocarril La Habana-Güines se había adelantado a todos los demás.

Nuestra vida en El Entrego en aquellos años 60 giraba en torno al tren. Teníamos dos estaciones –la del Norte, a Oviedo; la de Langreo, a Gijón– y una vía dividía como una cicatriz la villa en dos. Por si fuera poco, también estaba el trenecillo minero de La Encarnada. De niño, lo utilizaba para subir la cesta con la comida a mi padre, que, por cierto, también fue maquinista y me inculcó el amor al tren. Jugaba en las vías, en los túneles, en las mesillas. El paso del tren medía nuestro tiempo. Hasta los suicidas recurrían al tren. Fuimos testigos de su evolución: desde el tren de madera y la máquina de vapor hasta el automotor, pasando por el Pájaro Blanco, un moderno convoy de segunda mano con el pedigrí de haber sido utilizado en una campaña electoral en EE UU.

Empezamos a viajar. Primero a Oviedo y a Gijón, en 55 minutos, una hora menos que hoy. Luego a Castilla, con transbordo en Soto de Rey. Más tarde, a Pamplona (14 horas), con transbordos en León y Alsasua. Luego a Madrid, toda la noche en el Costa Verde o siete horas en el Talgo, el gran orgullo de la tecnología española. En las siguientes décadas, se fueron rebajando los tiempos del viaje a la capital hasta las cinco horas y cinco minutos del Alvia actual.

Desde 1992, fuimos testigos de cómo el AVE iba llegando al resto de España: Sevilla, Barcelona, Toledo, Valencia, Alicante, Valladolid, León, Segovia, Málaga, Galicia, Burgos, Murcia… Mientras, a Asturias –nos tocaba esperar– sólo llegaban promesas. Cascos nos lo prometió para 2010. Zapatero, para 2012. Sánchez, para mayo de este año. Pues tampoco. Hay que seguir esperando.

Cómo será la cosa que hasta el bueno de Barbón, tan fácil de conformar por Madrid, ha saltado al comprobar que el AVE no llegará para las elecciones de mayo: "Estoy decepcionado y cabreado", ha dicho. "Exijo al Ministerio que dé la cara y explique en Asturias el retraso de la Variante". Parecía que estábamos escuchando a los presidentes autonómicos socialistas respondones, a los Page, los Lambán y los Vara.

Al otro lado del Negrón, han llegado protestas por el retraso del AVE de Cuenca, de Murcia, de Extremadura y, por el motivo contrario, hasta del País Vasco, que se resistía a perder su aislamiento. Pero de Asturias, ni pío. Estamos acostumbrados a esperar. Uno se pregunta dónde están esos "asturianos de braveza", a los que cantaba Miguel Hernández. Parece que se hubieran resignado a la irrelevancia, a ser los últimos en el reparto de las prebendas, como si estuviéramos aún pagando el peaje de haber sido en un tiempo lejano una de las regiones más ricas de España.

El tren fue el símbolo del progreso de la revolución industrial y vuelve a serlo ahora como el medio de transporte más limpio. No hay más que ver lo que ha contribuido un ferrocarril propio del siglo XXI al desarrollo de provincias aisladas como Málaga o León. Mientras, nosotros tenemos que resignarnos a leer noticias lamentables sobre la decrepitud de nuestras comunicaciones. Aquel tren del que tan orgullosos nos sentíamos en los sesenta, uno de los primeros de España, "tarda más que el tren de vapor de 1949. A principios de siglo, el trayecto Laviana-Gijón [51,7 kilómetros] duraba 55 minutos, una hora menos que hoy".

Cuando veraneábamos en Sahagún de Campos, mi padre me llevaba cada mañana religiosamente a la estación a ver cómo en un segundo pasaba el velocísimo TAF (Tren Automotor Fiat). Amaba tanto el tren, que cuando nos trasladamos a Pamplona, se apresuró a viajar 28 horas, ida y vuelta a Gijón, con la excusa de recogerme el diccionario de la RAE y la máquina de escribir que necesitaba. Murió sin cumplir uno de sus sueños: viajar en AVE.

De niños fantaseábamos con viajar en el Transiberiano y en el Orient Express. No ha sido posible. De mayores, la ilusión es llegar algún día en AVE a Gijón desde Madrid. Me temo que también hemos perdido ese tren. Y aquí seguimos esperando en el frío andén de la historia.

Suscríbete para seguir leyendo