Edadismo y ética médica: claves para mejorar la vida del paciente mayor

La necesidad de erradicar prejuicios que lastran la atención a las personas y su funcionalidad

Ana Ayesta López

Ana Ayesta López

Para gran satisfacción de las personas que nos dedicamos a la atención sanitaria del paciente mayor, y también para alegría de las sociedades científicas que cuidan de su manejo, la Real Academia Española ha reconocido recientemente la palabra "edadismo" dentro del "Diccionario de la lengua española". Sí, digo bien recientemente, porque hemos tenido que esperar a que estuviera bien entrado el siglo XXI para que esto ocurriera. ¿Y cómo define la RAE el "edadismo"? "Discriminación por razón de edad, especialmente de las personas mayores o ancianas". Esta noción se refiere a una discriminación relacionada con la edad del discriminado. Lo más interesante de esta noción es cómo nuestra Academia insiste en que esta discriminación suele afectar fundamentalmente a las personas mayores.

Este reconocimiento del máximo órgano de las letras de nuestra lengua viene condicionado por una necesidad social. España es un país envejecido, concretamente el tercer país más envejecido del mundo. Además, las previsiones determinan que será el más envejecido para el año 2050. Y nuestra región asturiana no se queda atrás.

Tristemente, este envejecimiento de la población suele percibirse como un problema de índole social, económica y sanitaria, más que como un desafío para la reorganización de nuestro sistema. Sin embargo, una visión mucho más positiva de la realidad del envejecimiento nos llevaría a considerar esta situación como una oportunidad de cambio y, asimismo, de aprendizaje de aquellas generaciones que nos precedieron y nos han dado la base para construir la sociedad del futuro.

Aunque, como consecuencia de los avances científicos, la esperanza de vida ha mejorado a la par que la calidad de vida a esas edades, el envejecimiento y la edad vienen llenos de prejuicios. La persona mayor se considera, en general, un ser "vulnerable" por el mero hecho de haber cumplido muchos años; de eso se derivan una serie de estereotipos negativos que son incluso autoimpuestos por la propia persona que está cumpliendo años. Fruto de un profundo edadismo, estos estereotipos pueden incluso derivar en problemas de salud que deterioran la funcionalidad de las personas mayores y, así, perpetúan el problema.

Desde el punto de vista sanitario, la atención al paciente mayor viene cargada de posibilidades, sobre todo si hablamos a nivel técnico. La primera causa de muerte es la enfermedad cardiovascular; en este sentido, los avances de la cardiología en los últimos años nos permiten realizar procedimientos con bajo riesgo que prolongan la vida y mejoran la calidad de vida de nuestros pacientes. Sin embargo, en muchas ocasiones, debemos plantearnos la conveniencia de realizar o no un determinado procedimiento. En esta consideración, afloran determinados conflictos éticos como el edadismo, la priorización y la gestión de recursos. Además, resulta esencial valorar cada situación para no caer en actuaciones fútiles y encarnizamiento terapéutico, que también suponen un conflicto desde el punto de vista ético y un sufrimiento inmenso para los pacientes y sus familias.

Los profesionales sanitarios basamos nuestras decisiones en la evidencia científica, pero cuando esta falta –como es el caso del paciente adulto mayor con cardiopatía– debemos abordar la decisión desde la reflexión y el debate dentro de un equipo multidisciplinar. Las decisiones basadas en la edad cronológica del paciente no se justifican y el proceso de decisión debe basarse fundamentalmente en valorar lo que conocemos como edad biológica y, en función de esa valoración, determinar los riesgos y beneficios.

En este equipo de decisión no debemos olvidar que el paciente desempeña un papel fundamental. Por ello, es esencial que podamos dedicar tiempo y recursos a hablar con nuestros pacientes, explicándoles su enfermedad y las diferentes posibilidades terapéuticas, adaptándolas si es necesario para superar barreras sensoriales que encontramos frecuentemente a esta edad y explorar las preferencias y objetivos fundamentales del paciente. Hemos de abogar por lo que se conoce como proceso de decisión compartida y medicina centrada en el paciente. Esta práctica, además, concuerda con el principio de respeto a la autonomía. Esto requiere superar las actitudes paternalistas que imperaban previamente y que se han visto superadas en muchos ámbitos de la medicina. Sin embargo, el campo del paciente mayor es aquel en el que todavía tienen más presencia. Es importante destacar que la dependencia funcional de muchos de nuestros mayores no debe equipararse con dependencia decisional.

Para introducir en la práctica médica estos procesos de decisiones compartidas y medicina centrada en el paciente, resulta esencial fomentar una formación bioética y humanística del personal sanitario. En este ámbito, la formación que se recibe durante la carrera de medicina es, en general, deficitaria. Sería exigible, de cara al futuro, ampliar la formación de los médicos en cuestiones éticas y antropológicas que permitan una visión amplia de los conflictos que se plantean en la práctica médica y una resolución de los mismos que venga acompañada de una profunda reflexión.

En la década del "envejecimiento saludable", no puedo terminar este texto sin abogar por una promoción de la salud en el adulto mayor, promoviendo un envejecimiento activo y fomentando un reconocimiento del papel fundamental que tienen nuestros mayores en la sociedad. El papel del médico es importante en este proceso, pero siempre acompañado de otros profesionales sanitarios y cuidadores no sanitarios, fomentando una visión holística y un manejo multidisciplinar.

En el momento actual, aún inmersos en una pandemia que ha sido devastadora para los pacientes mayores, debemos preguntarnos si estamos preparados para abordar el futuro envejecimiento poblacional y los conflictos éticos que nos vamos a encontrar en la atención a estos pacientes.

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