La espiral de la libreta

El pánzer nazi frente al T-34 soviético

El dilema de enviar el Leopard 2 a la guerra de Ucrania

Olga Merino

Olga Merino

Hace casi 30 años, en Moscú, conocí a un veterano de la batalla de Kursk, el mayor enfrentamiento con tanques de la historia (se calcula que participaron entre 3.000 y 6.400 blindados). Al hombre, que se llamaba Vasili y alcanzó el grado de mayor en el Ejército Rojo, se le saltaban las lágrimas al rememorar cómo un cuerpo se retuerce mientras se está quemando vivo, al recordar el calor asfixiante sobre la inmensa planicie (la batalla comenzó el 5 de julio de 1943) y los días agotadores, hasta el límite de las propias fuerzas, para arrebatar unos metros de terreno al enemigo. El tanque T-34 soviético apenas podía horadar la piel correosa de los carros nazis, los pánzer, los Tiger, los Panther, los Elefant, invencibles en campo abierto. Solo cambió el curso de los acontecimientos la invasión de la isla de Sicilia por parte de los aliados, que obligó a Hitler a desviar fuerzas para defender las costas italianas. La Wehrmacht tenía demasiados frentes abiertos.

Hoy como ayer, en la noria maldita del eterno retorno, se repiten prácticamente el mismo escenario geográfico, la misma nomenclatura para el bestiario bélico e idéntico pulso entre tecnologías militares. Entiendo las reticencias del canciller socialdemócrata, Olaf Scholz, de mandar el Leopard 2 a Ucrania, por el peso de la masacre durante la segunda guerra mundial que aún gravita sobre la conciencia de Alemania, obligada ahora a repensar su lugar en el mundo durante décadas. La población también está dividida al respecto: según la agencia DPA, el 45% está a favor de enviarlos; el 33%, en contra; y el 22% no sabe qué decir.

En el fondo, todas las guerras son tecnológicas. Catapultas contra ballestas. Arcabuces contra boleadoras. Y ahora, el peliagudo debate sobre el envío al campo de batalla del Leopard 2, el tanque fabricado por la empresa alemana Krauss-Maffei Wegmann, una maquina acorazada de 60 toneladas de blindaje, una furia de 1.500 caballos y una altísima precisión balística. ¿Qué hacer?

Los sofisticados tanques alemanes podrían cambiar la situación sobre el terreno. Ucrania los pretende para la primavera, cuando se reactiven las operaciones bélicas, con el fin de emplearlos como ariete contra las defensas rusas entorno a Mariúpol, el eslabón de tierra que une el Donbás con la península de Crimea, que el Kremlin se anexionó en 2014. La cuestión sería mantener aislada a toda costa esa península del mar Negro.

Ojalá el Leopard 2 fuera la bala de plata contra Putin y su régimen, pero parece prudente plantearse la duda cuando Rusia dispone de unos 10.000 carros de combate y la capacidad de movilizar hasta dos millones de reservistas. ¿Hacia dónde nos encaminamos? Me dan miedo los entusiasmos, las soluciones mágicas. No tengo otra certeza.

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