Parece una tontería

Falsa muerte

Estar vivo, después de correrse la noticia de que estabas muerto, no siempre resulta sencillo

Juan Tallón

Juan Tallón

En un chat que tengo con dos amigos, nos inventamos de vez en cuando que murió alguien conocido, aunque ya olvidado. Puede ser una tenista retirada, un jugador de fútbol que rozó la gloria, una escritora que dejó de publicar hace tiempo, o el líder de un grupo de música que marcó una época. Al rescatar esos nombres casi oxidados, y darlos por muertos, nos sorprendemos doblemente, porque además de extrañarnos su fallecimiento nos cuesta también creer que aún estuviesen vivos. Es asombrosa la cantidad de personas a las que se ve pasar ante uno y de las que nunca más se vuelve a saber nada. Ni siquiera cuando mueren de verdad.

Damos por hecho, cuando alguno de los tres anuncia la muerte de un gran olvidado, que es un invento y que vive. Pero hace un mes, uno de mis dos amigos se inventó que había fallecido alguien absolutamente desconocido para él, y vecino mío, y me tomé en serio la noticia. Escribí a Marta para decirle que había palmado Fulanito. «Qué horror. Era más joven que nosotros». Pero la vida da tantas vueltas, y sin sentido, y había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que supimos de él, que quizá a lo mejor, cuando murió, ya era diez años más viejo que nosotros.

El caso es que Fulanito está vivo. A mis ojos resucitó. Me hizo pensar en Arkadi Bábchenko, un periodista ucraniano que años atrás fingió haber sido asesinado para acusar a Rusia del crimen. Morir a veces es dificilísimo, mucho más que cerrar un grifo o deshacer una pastilla efervescente. Y estar vivo, después de correrse la noticia de que estabas muerto, no siempre resulta sencillo. Balzac escribió la historia del coronel Chabert, soldado de confianza de Napoleón, al que un oficial ruso le abrió el cráneo de un sablazo en una batalla. Un amigo acudió en su auxilio y su caballo lo pisoteó. Adiós muy buenas. Lo arrojaron a una fosa. Su muerte se recogió en los libros de historia. Pero Chabert estaba vivo, salió de la fosa, penó diez años por Europa y regresó a París. Cuando lo hizo, nadie lo reconoció. Todos le decían que había muerto. Hasta su esposa, por mucho que lo tuviese delante, se negó a creer que fuese él.

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