¿Qué sucede en el núcleo terrestre?

La nueva teoría de un grupo de investigadores chinos sobre la inversión en la rotación de la capa más interna del planeta

Núcleo terrestre

Núcleo terrestre

Manuel Gutiérrez Claverol

Manuel Gutiérrez Claverol

La noticia acaba de salir a la luz y corre como la pólvora, hasta crear un cierto bullicio. Un equipo de investigadores chinos de la Universidad de Pekín acaban de publicar en la prestigiosa revista editada en el Reino Unido "Nature Geoscience" un inaudito artículo, "Multidecadal variation of the Earth’s inner core rotation". Su contenido, que en parte ya habían adelantado en estudios precedentes, se sustenta en el análisis de varios terremotos, concluyendo que la rotación normal del núcleo de la Tierra hacia el este podría haberse ralentizado recientemente o incluso girar en sentido contrario, hacia el oeste. Se llegó a esta conclusión analizando la evolución de las ondas que atravesaban el núcleo, emitidas por unos 200 terremotos, y captadas en dos puntos muy alejados del globo (Alaska y las Islas Sandwich del Sur), dado que, desde 2009, las trayectorias de las vibraciones sísmicas que traspasaban el centro terráqueo muestran pocos cambios en comparación con la significativa variación que experimentaban con anterioridad.

¿Cómo se puede conocer lo que hay a tan grande profundidad? Saber lo que ocurre en las entrañas de la Tierra choca con la imposibilidad de hacer medidas directas, por lo cual las investigaciones se basan en el estudio de la trayectoria de las ondas que emiten los terremotos, o las explosiones nucleares, y después de un largo recorrido en el que sufren variaciones en la velocidad al pasar por diferentes medios, son captadas por sensores (sismómetros) ubicados en distintas latitudes, incluyendo las antípodas del hipocentro. De esta manera indirecta se obtiene cierta información del núcleo, pero siempre dentro de un dominio hipotético, aún muy alejado de la ansiada teoría científica.

Como es sabido nuestro planeta está constituido, a modo de una cebolla, por capas definidas por su composición química: corteza (anchura de 5 a 70 km), manto (2.900 km) y núcleo (3.486 km), totalizando un radio superior a los seis mil kilómetros. Además, se pueden definir otras zonas en función de sus propiedades físicas (litosfera, astenosfera, mesosfera y endosfera). El conocimiento de ambos tipos de zonaciones es esencial para comprender procesos geológicos básicos.

Centrémonos en el caso que nos atañe. Se admite que el núcleo –que ocupa casi la mitad del volumen terráqueo– está formado por una aleación de hierro y níquel (nife), con cantidades menores de oxígeno, silicio y azufre. Se subdivide en dos regiones de condiciones mecánicas muy diferentes. La externa, inmediatamente por debajo del manto, es una capa líquida (hecho deducido por la "zona de sombra" de las ondas sísmicas) de 2.270 km de grosor, donde el flujo convectivo del hierro metálico –buen conductor de la electricidad– es el responsable de crear el campo magnético de la Tierra. La interna presenta una estructura de bola con un radio de 1.216 km y está compuesta por materiales sólidos debido a la enorme presión que soportan, incrementando así la densidad de las rocas; la temperatura calculada en el centro supera los 6.700 ºC. La circunstancia de que esta esfera central sólida esté rodeada por otra líquida le permite girar de forma distinta a la rotación de la propia Tierra. El movimiento rotacional que la caracteriza es el que genera el magnetismo terrestre al actuar como una especie de ciclópea dinamo.

Así pues, existe una continua interacción entre las distintas capas mencionadas, lo que sucede en las profundidades afecta asimismo a la superficie, explicando la génesis de muchos eventos geológicos, tales como la formación de las montañas, los terremotos o las erupciones volcánicas.

En el asunto que nos ocupa, no todos los especialistas están de acuerdo con las ideas expuestas sobre el cambio giratorio de la endosfera interna, discrepando de algunas interpretaciones, hasta llegar a tacharlas de especulativas. Algunos opinan que se puede ocasionar una desaceleración, pero dudan del cambio de rumbo hacia el oeste, planteando también que probablemente haya un ciclo de unos 70 años en estos procesos.

No cabe duda que nos encontramos solo en los albores del conocimiento de una zona de extremada hondura y, por ende, inaccesible, cuando aún no hemos sido capaces de descifrar muchos aspectos de la más asequible litosfera.

¿Qué repercusiones tiene si esto ocurriera? No se trata de un escenario catastrófico ni apocalíptico, ni mucho menos. No es descartable que el nife interno se haya parado o invertido su rotación en el pasado, repitiéndose seguramente en múltiples momentos.

A lo sumo, los científicos implicados proclaman que no estamos ante un suceso que suponga un riesgo apreciable. Hipotéticamente, causaría una alteración del campo magnético, lo que puede provocar, con el paso del tiempo geológico, mínimas deformaciones en la corteza que podrían influir en el nivel del mar, modificar la temperatura global del planeta o afectar a la duración de los días al volverse más cortos, pero la asincronía solo se produciría a una escala insignificante. Evidentemente, una modificación del campo magnético conllevaría a hacer reajustes en los relojes atómicos más precisos, así como en los sistemas de navegación y de otros que dependen de la identificación de los puntos cardinales.

En resumen, fuera alarmismos, estos desacoples en la velocidad relativa del núcleo respecto al manto son cambios imperceptibles para la humanidad. Sin embargo ¡Cuánto nos queda por aprender de este mundo incógnito y tan arcano!

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