La lengua trumpiana

El que fue 45.º presidente norteamericano y pretende volver a serlo en 2024 no sabe atarse la lengua, contención que los cubanos prefieren mencionar como sujetarse o tragársela

Darío Villanueva

Sigue resultándome difícil encajar las sorpresas que desde su toma de posesión como presidente viene provocándonos Donald Trump, cuya influencia en la política de la más avanzada democracia del mundo sigue prometiendo todo tipo de sobresaltos para 2023. Hace exactamente dos años el asalto al Capitolio por parte de cientos de seguidores por él alentados ofreció un ejemplo palmario de incitación a la sedición, tal y como un comité de la Cámara de Representantes acaba de dictaminar, así como hay indicios si no de malversación, si al menos de fraude fiscal una vez demostrado el impago de impuestos por parte del presidente Donald Trump. Pero el hecho más asombroso es que accedió a tan alta magistratura por elección libre, pese a que su oponente en las elecciones, Hillary Clinton, obtuviese más votos populares, y que cuatro años más tarde fuese respaldado por doce millones más de electores, insuficientes para evitar su derrota ante Joe Biden, resultado que Trump, poniendo la venda antes de la herida, desacreditó antes, durante y después de los comicios.

El que fue 45.º presidente norteamericano y pretende volver a serlo en 2024 no sabe atarse la lengua, contención que los cubanos prefieren mencionar como sujetarse o tragársela. Tal autocontrol es difícil para los que tienen la lengua larga o muy larga, son ligeros de lengua o tienen mucha lengua, le dan mucho a la lengua o, no digamos, echan sin tasa la lengua al aire e incurren en el vicio de irse de la lengua, de dejar que se les escape la lengua.

Elvin T. Lim en un libro de provocativo título, repasa el proceso de decadencia sufrido por la retórica presidencial norteamericana desde George Washington hasta George W. Bush. Hay, sin embargo, en ese decaimiento algunas excepciones, si reconocemos la elocuencia, de muy diferente naturaleza, de Reagan y Obama. De todos modos, The Antillectual Presidency fue escrito antes del mandato de Trump por lo que su autor no pudo aprovechar para su propósito esa mina inagotable de ejemplos que proporciona el personaje, tanto en sus comunicaciones orales como en la catarata de escritos que, en forma de tuits, difundía profusamente a todas horas del día y de la noche para regocijo de los más de 80 millones de seguidores que llegó a tener en Twitter y Facebook.

Cuando en 2013 un tuitero llamó a Trump "el mayor trol de todo Twiter" el interpelado respondió: "¡Gracias por el cumplido!", identificándose con los gamberros de internet que deben su nombre a los monstruos malignos que en la mitología escandinava habitaban en bosques o grutas. Los troles son hoy individuos de identidad desconocida que publican mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema, pero siempre mendaces, con el objetivo de crear escándalo en el seno de una comunidad en línea.

La lengua trumpiana, que ya es mencionada (con ecos orwellianos) como Trumpspeak, es asombrosamente limitada en sus registros y vocabulario. Por ejemplo, generalmente emplea adjetivos banales o tópicos, verdaderos comodines, para denigrar (casi siempre) o elogiar (raras veces) a alguien o algo, en estos contados casos con hipérboles huecas que producen un efecto palpable de falta de autenticidad.

Así a un antiguo colaborador lo definió como "hombre despreciable"; a los que protestaron por la muerte de George Floyd, "matones" o "criminales de extrema izquierda"; los demócratas eran "perversos y viles" y estaban "locos" cuando no secundaban sus propuestas en el Congreso: Obama era un "incompetente" y un "corrupto"; un antiguo director ejecutivo de la compañía Boeing un "condenado hijo de perra"; el presidente Trudeau, "un falso"; el iraní Soleimani "un hijo de puta"; Nancy Pelosi "una loca"; Recep Tayyip Erdogan "tonto"; Omarosa Manigault "perra" y "llorona"; y la actriz Rosie O’Donnell, "cerda, degenerada, guarra y asquerosa del derecho y del revés", "una pendenciera" a la que "hay que atizarle fuerte de verdad, muy fuerte, justo en el entrecejo".

Al distrito del congresista por Baltimore Elijah Cummings –también "un matón"– lo definió como "un desastre asqueroso, infestado de ratas y roedores". Y cuando la primera ministra de Dinamarca Mette Frederiksen rechazó la oferta de Trump para comprarle Groenlandia, canceló una visita oficial a causa de tan "desagradable" respuesta, afirmando, eso sí, que "Dinamarca es un país muy especial, con gente increíble". Por el contrario, el premier Boris Johnson era, simplemente, "genial". Y su contrincante en la campaña por la presidencia en 2020 siempre fue el sleepy (soñoliento) Joe Biden.

Se ha descrito la forma en que Trump desprecia la lengua inglesa como una apoteosis de la incoherencia expresiva, resultante de la suma de "sintaxis retorcida, inversión de significados, falta de sinceridad, mala fe y grandilocuencia inflamatoria". No mayor es su preocupación por la ortografía, como demostraba noche a noche con la redacción de sus tuits. Pero su desidia llegó a hacer escuela entre los fontaneros del ala oeste de la Casa Blanca. Se hizo muy famoso aquel comunicado en el que con motivo de un viaje presidencial a Israel se escribía peach en vez de peace, de modo que el mensaje venía a decir que Trump quería fomentar que "el melocotón fuera duradero".

Una nueva edición del libro de Elvin T. Lim, sin duda consagraría un amplio capítulo a Donald Trump, pero habría materia sobrada para extender el significado de su título, presidencia antiintelectual, de lo meramente retórico hacia una consideración más general.

En mayo de 2017, el periodista Michael Scherer entrevista para la revista Time a Trump, que ya se había acreditado suficientemente como apóstol de la posverdad, y le pregunta acerca su "contencioso acercamiento a los hechos". La respuesta que recibió ha pasado también a los repertorios antológicos: "No puedo estar haciéndolo tan mal porque yo soy presidente y tú no".

Igual que sinceramente no creo que Trump haya leído a George Orwell (ni a Foucault o Derrida), tampoco me atrevería a sostener que aquella bizarra respuesta de "I’m presidente and you’re not" se inspirase en la lectura de Lewis Carroll.

En el divertimento literario del matemático de Oxford que era Charles Lutwidge Dodson, el huevo parlante Humpty Dumpty intenta quedarse con Alicia, la protagonista, a base de chanzas o trampas relacionadas con el lenguaje. Y cuando la inteligente niña protesta, recibe esta contestación proferida en tono desdeñoso: "Cuando yo empleo una palabra significa lo que yo quiero que signifique…, ¡ni más ni menos!".

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