En tierra de nadie: Ramón Álvarez-Valdés

Un libro honrado para rescatar la figura política olvidada del sierense y explicar su gestión como ministro de Justicia en el Gobierno de Lerroux de 1933

Javier Rodríguez Muñoz

Javier Rodríguez Muñoz

Este mes de enero hubiera debido presentarse en el Club Prensa Asturiana el libro "Abril de 1934. La amnistía de las derechas y la crisis del vituperio" del que es autor Joaquín Olaguíbel Álvarez-Valdés. No fue posible tal evento por la muerte repentina de este tras una desgraciada caída en el portal de su domicilio madrileño el pasado mes de diciembre. Tuve con Joaquín Olaguíbel varios contactos telefónicos y estaba muy ilusionado con la presentación que se iba a realizar en Asturias, tierra a la que estaba vinculado por raíces familiares. Yo iba a ser el encargado de introducirle en el Club a los asistentes, lo que ya no será posible. Sirvan estas líneas como recuerdo y homenaje a su memoria y a la de Ramón Álvarez-Valdés Castañón.

En tierra de nadie: Ramón Álvarez-Valdés

En tierra de nadie: Ramón Álvarez-Valdés / Javier Rodríguez Muñoz

Joaquín Olaguíbel Álvarez-Valdés era sobrino nieto de Ramón Álvarez-Valdés Castañón, nombre que seguramente diga muy poco a la mayoría de los lectores. Nacido en Pola de Siero el 30 de abril de 1866, cursó los estudios de Derecho en la Universidad de Oviedo y el doctorado en la de Madrid, llegando a ser magistrado y secretario de la Sala de la Audiencia Territorial de Madrid, tras haber desempeñado con anterioridad otros cargos judiciales. Fue además uno de los fundadores del Banco Hispano Americano, junto con el también poleso Florencio Rodríguez Rodríguez, y secretario general de esa entidad desde su fundación hasta 1933.

Ramón Álvarez-Valdés desarrolló también una destacada actividad política, siendo uno de los fundadores del Partido Reformista en abril de 1912, junto a Melquiades Álvarez, al que siguió en todas sus peripecias políticas. Como representante del Partido Reformista fue elegido diputado por la Circunscripción de Oviedo en las seis convocatorias electorales celebradas entre 1914 y 1923, año este último en el que las Cortes fueron suspendidas por el golpe militar del general Miguel Primo de Rivera. Volvió a ser elegido diputado durante la II República en los comicios celebrados en noviembre de 1933, que fueron ganados por el centro-derecha representado por el Partido Radical de Alejandro Lerroux y la coalición derechista de la CEDA que dirigía José María Gil Robles.

En el Gobierno formado por Alejandro Lerroux García, el 16 de diciembre de 1933, a Ramón Álvarez-Valdés le fue asignada la cartera de Justicia. Es precisamente su actuación al frente de este Ministerio el motivo central del libro de Joaquín Olaguíbel, además del rescate de la figura de su antepasado. En la campaña electoral, uno de los puntos del programa defendido por las derechas había sido la amnistía para los sublevados en agosto de 1932 contra la República, movimiento que promovió el general Sanjurjo, y también para otros condenados, entre los que se contaban antiguos dirigentes de la Dictadura de Primo de Rivera y evasores de capital. La Ley amnistiaba los delitos cometidos antes del 3 de diciembre de 1933, lo que dejaba fuera de la misma a los anarcosindicalistas que habían protagonizado un intento revolucionario a finales de ese mismo mes, discriminación que fue denunciada en el parlamento por Indalecio Prieto. En la réplica, Álvarez-Valdés condenó toda violencia, en la que incluyó el movimiento contra la monarquía que habían liderado los capitanes Galán y García Hernández el 15 de diciembre de 1930, al sublevar a las tropas de guarnición en Jaca. Pronunció entonces una de las frases que da título al libro de su descendiente Joaquín Olaguíbel, al considerar que para él también merecía "todo vituperio el movimiento insurreccional del 15 de diciembre de 1930". Esta referencia fue, además de innecesaria, totalmente inoportuna pues justamente en aquellas fechas se estaba celebrando el tercer aniversario de la proclamación de la República y los capitanes Galán y García Hernández tenían la consideración de héroes de la misma. Además, el propio presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y el jefe de Gobierno, Alejandro Lerroux, habían participado en ese movimiento. Las réplicas al ministro Álvarez-Valdés fueron contundentes y éste no tuvo otra salida que la dimisión de su cargo, en el que fue sustituido interinamente por Salvador de Madariaga Rojo el 17 de abril de 1934.

La Ley de Amnistía fue aprobada finalmente el 20 de abril en el Congreso, tras varios retoques. Faltaba la rúbrica del presidente Alcalá Zamora, quien había afirmado que jamás sancionaría una amnistía para quienes se habían sublevado contra la República. No obstante lo dicho, rubricó la Ley pero con serias advertencias al Gobierno en cuanto a la incorporación al Ejército de los amnistiados. Alejandro Lerroux se consideró desautorizado y presentó su dimisión como jefe del mismo, siendo sustituido por Ricardo Samper el 28 de abril de 1934.

El libro de Joaquín Olaguíbel tiene el mérito, aparte de recuperar la figura de su pariente Ramón Álvarez-Valdés y la trayectoria del Partido Reformista y de su líder Melquiades Álvarez, de contextualizar históricamente todo este episodio que titula "La amnistía de las derechas y la crisis del vituperio", analizando las diversas medidas de gracia que se habían aplicado en España con anterioridad, distinguiendo entre amnistía e indulto. No siendo un historiador profesional, su libro es de una gran honradez, manejando una bibliografía histórica muy plural y exponiendo distintas posiciones sobre diversas cuestiones, recuperando un capítulo de nuestra historia que sigue teniendo gran interés y actualidad.

Por mi parte quiero resaltar otra virtud del libro al rescatar una personalidad de la política española y asturiana totalmente olvidada, como ocurrió con varios políticos de nuestra región que se desenvolvieron en el centro-derecha durante la República y que no han tenido el merecido reconocimiento. Tres de ellos, el ya mencionado Ramón Álvarez-Valdés, Melquiades Álvarez González, una de las grandes personalidades políticas españolas del primer tercio del siglo XX, y Manuel Rico Avello, valdesano y un convencido republicano independiente que había sido ministro de Gobernación en los gobiernos presididos por Diego Martínez Barrio y Alejandro Lerroux, y de Hacienda en el encabezado por Portela Valladares, fueron asesinados en la fatídica tarde-noche del 22 al 23 de agosto de 1936 en la Cárcel Modelo de Madrid. Este crimen, una consecuencia más del desplome de los instrumentos coercitivos del poder legal republicano por la defección de parte de las fuerzas militares y policiales tras la sublevación militar, fue un duro golpe para la credibilidad del Gobierno republicano. Pese a la impotencia ante lo ocurrido, fue severamente condenado por las principales personalidades políticas republicanas, con el presidente Manuel Azaña a la cabeza, y desde medios tan significados como "El Socialista" se inició una campaña de condena de estas actuaciones irregulares.

El bando vencedor en la guerra civil quiso convertir ésta en una cruzada contra el comunismo y la masonería con la anuencia de la Iglesia, que se alineó sin fisuras con el régimen franquista. Entre los que ellos consideraron sus mártires no se contabilizaron muchas de esas personalidades políticas que habían colaborado con la República, a los que se silenció, cuando no persiguió, como ocurrió con el citado Manuel Rico Avello, procesado incluso después de ser asesinado por el otro bando, o el también asturiano y ministro de Instrucción Pública Ramón Prieto Bances, expedientado y apartado de su cátedra de Historia del Derecho en la Universidad de Oviedo, pese a no haber tenido ninguna participación en la guerra civil, pues se exilió durante la misma a Inglaterra, al que se acusaba como grave delito el haber sido afecto a la Institución Libre de Enseñanza, fundada entre otros por el también asturiano Manuel Pedregal.

En el libro "Melquíades Álvarez, mi padre. En el canto de la moneda", escrito por Sarah Álvarez de Miranda, nieta del político gijonés con los recuerdos de su abuelo transmitidos por su madre Matilde Álvarez Quintana, se recoge una afirmación de Ina Bereterra, prima de Carmen Polo [esposa de Franco], hecha ante una hermana de Matilde, tras una agria discusión: "¿Pues sabes, Margot, lo que ha dicho Paco? [Francisco Franco]: Que a tu padre, de no haberlo asesinado los rojos, lo habría fusilado él". No extraña esta afirmación, cuando en el diario de la Falange Tradicionalista y de las JONS de Oviedo, el 3 de diciembre de 1937, aparecía un artículo firmado por Romualdo de Toledo y titulado "De Jovellanos a Belarmino, pasando por Pedregal", con las siguientes manifestaciones: "Toda la trayectoria cultural del siglo XIX y del XX está representada en la significación de esta galería de retratos [se refería a la desaparecida iconoteca de la Universidad de Oviedo] que se inicia en Jovellanos y Campomanes, sigue con Flórez Estrada y Clarín, continúa con Pedregal y concluye con las imágenes vivas de González Peña y Belarmino Tomás que, sin figurar en la misma, dejaron en los muros de aquel centro cultural institucionista las huellas indelebles de las fatales consecuencias a que había de llegar el racionalismo individualista inspirador de la Instrucción pública y forjador de la España roja, baldón y oprobio para nuestra civilización y nuestra cultura". En la misma línea de opinión, uno de los más entusiastas aduladores del régimen franquista, el poeta gaditano José María Pemán, afirmaba que "todos los males acontecidos en Asturias se debían a Jovellanos y Melquiades Álvarez".

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