La donación de sangre

El camino de dos siglos hacia la transfusión segura

Martín Caicoya

Martín Caicoya

La viña y el trigo están en el corazón de la tradición cristiana. El milagro de las bodas de Caná en la primera manifestación pública del poder de Jesucristo y la multiplicación de los panes cuando las multitudes entusiasmadas con su prédica se habían olvidado de comer. Convertidos en la última cena en símbolos de su cuerpo y sangre, sangre que iba a derramar por el perdón de nuestros pecados. Antes la bebió y la pasó a sus discípulos. Humor vital donde se intuía residía la fuerza vital. Los guerreros bebían la sangre de sus enemigos más valientes. Y el Papa, en el mítico 1492, quiso para recuperar la vida que se le escapaba beber la sangre de tres niños, sangre recién hecha para sustituir la tan gastada por una vida de lucha y sufrimiento. No sirvió de nada como tampoco había servido de nada la sangre de los carneros degollados, símbolo una y otra vez de redención.

Argumenta Marvin Harris que la mayoría de los tabús alimentarios tienen un valor de supervivencia. Las vacas sagradas son más útiles aportando la leche que sacrificadas jóvenes. La abstención de comer cerdo protege de la triquinosis. ¿Por qué la obligación de desangrar el cordero? Ese corte limpio en la yugular que practica el matarife consagrado está en el punto de mira de los defensores del bienestar animal. Los rabinos argumentan que es una muerte dulce, menos dolorosa que con el electrochoque. Su religión y la musulmana les prohíbe comer carne que tenga sangre. No hay enfermedades que se trasmitan al ingerirla, sí cuando se trasfunde.

La primera vez que se inyectó sangre humana en las venas de una paciente, que esté bien documentada, fue en las primeras décadas del siglo XIX. Blundell transfundió sangre a 10 mujeres que la habían perdido durante el parto. Cinco murieron. Aún no se sabía que no toda la sangre es igual. A principios del XX se descubrieron los grupos sanguíneos y se observó que algunos eran incompatibles. Antes se había diseñado la aguja hipodérmica y la jeringa. Todavía quedaban problemas por resolver, el más importante, la coagulación.

La primera trasfusión con éxito se llevó a cabo de persona a persona, conectando ambos sistemas circulatorios por tubos. Su autor, Carrel, obtuvo el premio Nobel por ello en 1912. Habían pasado 100 años desde que Blundell había hecho el primer intento. Todo se aceleró desde entonces. Se aprendió a evitar la coagulación de la sangre en las vasijas de vidrio donde se intentaba conservar, un paso importante para disponer de sangre en los hospitales.

En la Clínica Mayo, siempre en cabeza de la innovación en el XX, pensaron que había que ordenar el manejo de la sangre. Se inventa el banco de sangre y se establecieron criterios para la indicación de trasfundir. Era 1935. Las técnicas ya evitaban la mayoría de las reacciones transfusionales, pero no se podían imaginar que podía producir una enfermedad. En plena guerra mundial identifican una hepatitis. No se sabían que hay virus que viven en los fluidos corporales y tienen avidez por el hígado. El primero en ser identificado, el de la hepatitis B en 1965, le valió el premio Nobel al doctor Bloomberg. Años después se identificó el C. Hay más.

La inquietud por la trasmisión de enfermedades por la sangre se aumentó con la llegada del virus de la inmunodeficiencia humana. Quizá el escándalo ocurrido en Francia, denominado "L’ affair du sang", haya contribuido. El director de los bancos de sangre decidió trasfundir factores de coagulación a todos los niños y adolescentes que padecían hemofilia. Necesitaba grandes cantidades de sangre. Hizo una campaña para donación retribuida con gran éxito: se presentaron principalmente personas necesitadas urgentes de dinero, algunos para droga. Entre ellos circulaba el VIH que se trasmite por sangre. Ignorando ese riesgo y la posibilidad de detectarlo con las pruebas que ya existían, infectó de muerte a muchos niños. Eso precipitó la creación de bancos de sangre público con dos objetivos: manejar equitativamente ese bien escaso y vital y asegurar que la sangre donada esté libre de riesgos. De manera que se prohíbe comerciar con sangre y se promueve la donación voluntaria y altruista.

Hasta entonces la mayoría de las donaciones se hacían por sustitución, la modalidad aún más extendida en los países que aún no han desarrollado completamente una política de salud pública. El hospital pide a los familiares del paciente necesitado que donen su sangre. El problema es que se presta al comercio: los familiares pagan a terceros para que sean ellos los donantes. Terceros que venden su sangre por estar muy necesitados. La posibilidad de que su sangre pueda trasmitir enfermedades es mayor. Enfermedades que no siempre se descubren porque pueden estar aún en periodo de incubación.

En España solo se admiten donaciones voluntarias y altruistas y solo se puede donar en los bancos de sangre, entidades perfectamente equipadas para asegurar la calidad de los productos que va a recibir el paciente necesitado.

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