PSOE contra PSOE

La alarma entre destacados dirigentes socialistas con el sanchismo

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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Xuan Xosé Sánchez Vicente

Supongo que se habrán dado cuenta. Existen unas profundas discrepancias entre destacadas personalidades del PSOE y la acción de su partido y el Gobierno. Y hay dos notas peculiares en esa discrepancia: no se trata de opiniones diversas entre facciones o tendencias, como solía llamárselas antes: las facciones han desaparecido de la vida interna del partido socialista; esas discrepancias se manifiestan en los medios de comunicación y son individuales, de personas concretas.

La lista de esos desencuentros es muy amplia, pero se manifiesta fundamentalmente en torno a dos cuestiones, las alianzas con Bildu y ERC, de un lado, y la legislación que deriva de esas alianzas: la eliminación del delito de sedición y la mutación del concepto de malversación; la segunda, a las leyes relativas a la personalidad sexual y a la de las relaciones de carácter sexual entre varones y mujeres.

Guillermo Fernández Vara, Francisco Javier Lambán y Emiliano García-Page, presidentes, respectivamente de Extremadura, Aragón y Castilla la Mancha, han sido seguramente quienes, por su papel institucional, han realizado críticas más destacadas en torno a ambos bloques, el de las alianzas y sus consecuencias, el de la legislación, digamos, en torno a la definición sexual y las relaciones eróticas. Es cierto, asimismo, que, con posterioridad, han procurado navegar y guardar la ropa, matizando lo dicho o retractándose de ello.

Son notables, asimismo, las censuras que desde lo que pudiéramos llamar el PSOE histórico, sus militantes, se han dirigido contra esas cuestiones: más contenidas en Felipe González, más en su tono de lengua afilada por parte de Alfonso Guerra. Y no digamos ya las que han venido de Joaquín Leguina, expulsado del partido recientemente por sus críticas, o Nicolás Redondo, expedientado pero exonerado. Y aun si vamos más atrás, encontraremos a José Luis Corcuera, ya hace tiempo muy distanciado y muy crítico.

Como yo, retendrán en su memoria manifiestos recientemente firmados por exministros del PSOE, no pocos, y militantes de toda condición y geografía contra la legislación del Gobierno de Pedro Sánchez relativa a lo que algunos llaman "pagos a ERC y Bildu" y el Gobierno y parte del PSOE califican de "pacificar Cataluña". O las reiteradas manifestaciones de destacados socialistas contra la redacción de la Ley "Sisí" –inclúyase ahí al Presidente Barbón–, que se realizó con desprecio de todos los informes y saberes técnicos, o la oposición de muchísimas socialistas de militancia feminista, como doña Amelia Valcárcel o la "prudente" Carmen Calvo, a la ley "trans". Un crítico especialmente reiterativo y alarmado es César Antonio Molina, que fue ministro de Cultura con el ínclito Zapatero –el que quitó el peaje del Huerna de Asturies–. Dos frases: "Si Sánchez vuelve a ganar, no sé si quedará algo de España". "Sánchez se ha adueñado de la marca del PSOE, se cree el Simón Bolívar ibérico".

Es evidente que algo muy grave está pasando para que se produzca esa clamorosa alarma entre gentes del PSOE, especialmente entre los que tienen más antigüedad y los que ahora están en el poder. Algunos argumentarán que se trata de puntos de vista causados por la edad (y no diré aquí con qué calificativo vulgarísimo se los etiqueta entre la puberprogresía); otros podrán afirmar que unos hablan porque son libres para hacerlo, al no estar atados por cargo y sueldo, mientras que los que callan lo hacen por lo contrario.

Más lo que me preocupa especialmente ahora es otra cuestión, de índole psíquica y personal. Fíjense en lo de "El Simón Bolívar ibérico". Sumen ustedes: ¿se acuerdan de aquella babayada de Pérez-Castejón en el homenaje a Almudena Grandes, aponderándose diciendo que pasaría a la historia por haber sacado el cadáver de Franco del Valle de los caídos? (Alfonso Guerra, por cierto, comentó: "Dice que pasará a la historia por haber exhumado un cadáver, ¡pues vaya gloria!"). Pues hace dos días Máximo Huerta, el ministro de una hebdómada, contaba en "El Hormiguero" que cuando fue a presentar su dimisión a Pedro Sánchez, este no le habló de él ni de su circunstancia, sino de sí mismo. Y empezó a preguntarse que cómo lo vería la historia en el futuro. "¿De mí, qué dirán", se monologó.

¡Uy, uy, uy! Ya saben lo que dice el refrán asturiano: "Lo que de lloñe parez, de cerca ye".

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