Contestación al discurso de ingreso, como miembro de honor del Real Instituto de Estudios Asturianos, de don José Manuel Vaquero Tresguerres

Javier Junceda

Javier Junceda

I

Al abordar los tiempos de la Transición en su colosal España inteligible, Julián Marías recuerda que se enfrentaron entonces dos pulsiones de similar potencia: la innovadora y la arcaizante. A la primera, genuina del carácter futurizo de la vida humana, se opondría por aquellos años la tendencia a olvidar el pasado reciente y a considerar al pasado distante como actual. El impulso innovador se acabaría imponiendo, no sin padecer recios brotes arcaizantes, que nunca cabría tildar de conservadores, porque, como nos enseñó Roger Scruton, esas doctrinas ninguna relación guardan con las rémoras que de vez en cuando se visten de ideologías para impedir que pasen las cosas que tienen que pasar.

Casi medio siglo después de la severa disrupción operada por la restauración democrática, el resultado salta a la vista. Nos las hemos ingeniado para saber mantener lo que procedía mantener, que existía por algo y para algo, abrazando también nuevas formas de ver las cosas en infinidad de terrenos, aunque en ocasiones cayendo en ridículas neofilias. Fruto de esa constante adaptación a la realidad, España ha podido encadenar un período tan dilatado de paz y prosperidad, y un disfrute de libertades y derechos que ha servido como modelo para el resto de la comunidad internacional.

Al igual que ocurrió con el advenimiento del actual régimen constitucional, continúan sin embargo lastrando nuestro porvenir frecuentes apelaciones a épocas remotas, unas fuerzas arcaizantes como las que Marías censuró y que monopolizan el día a día, como si no existieran problemas pendientes de resolver y otros retos desafiantes.

En Asturias se ha producido igualmente ese fenómeno, pero con matices. Al mismo impulso innovativo español se han ido superponiendo aquí durante décadas inclinaciones reaccionarias autóctonas, predominando algunas durante largos ciclos. A diferencia del resto del país, no hablamos de anclajes tóxicos en la historia, sino del afianzamiento de determinados estatus, camarillas, cortijos o sinecuras que se han arraigado y no se quieren perder ni a cuenta de beneficios futuros colectivos. Esas corrientes tampoco pueden ser a mi modo de ver calificadas nunca como conservadoras, ni incluso en términos políticos. Se trata de una simple y generalizada aversión a los cambios protagonizada por quienes están muy a gusto en su machito, y prefieren lo malo conocido a lo bueno por conocer. Así las cosas, no es de extrañar que sigamos instalados en una crisis permanente, que es cuando lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer, en conocida definición atribuida a Brecht o incluso a Gramsci.

Esa resistencia a las transformaciones a la que nuestro nuevo miembro de honor se refiere en su brillante discurso, es más bien consecuencia de ese miedo a abrir las puertas al campo, tal vez por falta de confianza en nuestras propias posibilidades. Sorprende de todos modos que esto sea así, dado el éxito que siempre hemos tenido los astures en latitudes subpajarianas, como me suele decir con gracia un ilustre amigo.

Como han podido comprobar tras su extraordinaria disertación, hemos acertado de pleno con la elección unánime del nuevo corporativo. No solo estamos ante un periodista con sólida formación, sino con una enorme curiosidad y asombrosa capacidad de comunicación. Vaquero suele mirar achinadamente, escrutando la verdad que le oculta su interlocutor. Y además le gusta escuchar más que hablar, virtud que atesoran los sabios. Es discreto y prefiere estar en segundo plano, precisamente para captar mejor lo que hay detrás de las cosas. Su intervención ha sido, sin duda, una fiel fotografía del momento que vivimos, pero partiendo de dónde venimos y planteando pautas interpretativas de por dónde pueden ir los tiros si esa “monstruosa y creciente industria de la mentira”, como él confía, no prosiga intentando controlarnos comercial y políticamente.

Su recorrido por los momentos iniciales de la autonomía asturiana recuerda bastante a los soberbios artículos que firmó y vieron la luz bajo el título Crónica Regional en la última página de La Nueva España, y constituyen una fuente inagotable de información sobre aquella convulsa y apasionante etapa. Esos textos necesitan ser recopilados y publicados por este Real Instituto, para que los cultivadores de la historia, y la sociedad asturiana en su conjunto, pueda conocer de primera mano los intríngulis del Principado tras recobrar la democracia. Por Crónica Regional desfilaron desde el paso de la Diputación a la Junta General hasta los conflictos internos de los partidos, aparte de las paulatinas fases que siguió el proceso autonómico o las demás claves de la génesis del actual entramado institucional asturiano.

Muchos de los temas que apunta en su exposición han sido o son tratados habitualmente en este salón. Por ejemplo, su atinada censura al crecimiento incesante de la estructura administrativa asturiana o la ilusa confianza en que nuestros problemas tengan solución desde rancias ópticas funcionariales o vinculadas al sempiterno maná público, o el preocupante despoblamiento y la ineludible reestructuración de la planta municipal, pasando por las más importantes cuestiones socioeconómicas, industriales o culturales, en algunas de las cuales comparte criterios con otro de nuestros insignes miembros de honor, Francisco Rodríguez. Esos asuntos los hemos tratado y seguimos tratando en esta regia sede con escasos recursos, pero con la apasionada creencia de que, como él sostiene, nunca podremos salir adelante si no es por nosotros mismos.

II

A José Manuel Vaquero no le agrada ser considerado uno de los periodistas más influyentes de Asturias, porque considera, con entera razón, que las noticias deben estar al servicio de los ciudadanos y nunca de los que las consideran mera materia prima para agenciarles más y más cuartos. Se graduó en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, y es licenciado y doctor en Ciencias de la Información por la Complutense. Tras sus pinitos iniciales en la Agencia Efe en la capital española y en La Voz de Asturias, se incorporó a La Nueva España, como responsable de plantilla en la delegación de Gijón, y luego como jefe de sección de deportes, hasta encontrar la horma a su zapato como redactor especializado en política. Fueron muy célebres sus entrevistas a personajes de diferente signo en Asturias Semanal, alguna de ellas censurada. Podía entrevistar el mismo día a Julián Marías y a Di Stefano, dada su acentuada versatilidad y proverbial inquietud intelectual y mediática. Ejerció durante años como corresponsal de El País, siendo para Juan Cruz uno de los mejores que ha tenido el rotativo madrileño, al que por cierto le quiso llevar infructuosamente Juan Luis Cebrián.

Frecuentó a los principales protagonistas de la vida nacional, y desde luego regional, como a mi querido padre, que le tenía gran cariño. Se intercambiaban tarjetones con letras ilegibles con motivo de cualquier tema, normalmente de alguna columna que le mandaba. En el ámbito nacional, tan pronto Adolfo Suárez le recibía en la Moncloa para hacerle las escasas declaraciones que hacía, que le telefoneaba Pacordóñez desde su Ministerio para comentarle la marcha económica del país. Arrancó a Felipe González la primicia del abandono por el PSOE del marxismo, con ocasión de una visita a la Feria de Muestras. Fue uno de los pocos periodistas que pudo entrevistar a una decrépita Pasionaria a su regreso del exilio, o a Juan Muñiz Zapico, dirigente sindical al que un prematuro accidente impidió que se convirtiera en un líder equilibrado de la izquierda asturiana. Conoció por su oficio a innumerables personalidades, desde Bush o Kissinger a Gorbachov, pasando por Chomsky o Juan Rulfo, a algunos de los cuales ayudó a traer a Asturias. Compartió conversaciones con todos los presidentes que ha tenido España, y con los principales actores de su vida contemporánea, incluidos jefes de Estado y figuras míticas de la cultura o el pensamiento. Siguió muy de cerca, en fin, los avatares para la creación de la Fundación Príncipe de Asturias. Por la valiente libertad con la que encaró su profesión, no dejó tampoco de padecer alguna vez las amenazas y típicas acometidas de los indeseables de turno que pretendían doblegar su pluma, procedentes del mundo de la infrapolítica o la infraempresa.

Dirigió con destreza La Nueva España cuando era de titularidad pública, tratando de imprimirle una gestión empresarial moderna. Una vez en manos privadas, Vaquero “asturianizó” al grupo editorial que lo adquirió, poblando las redacciones de media España de periodistas formados en la Calle Calvo Sotelo de Oviedo. Hasta la actual Reina de España hizo sus prácticas con él. Convirtió al periódico en el de mayor difusión de Asturias y entre los ocho primeros del país, poniendo en marcha ambiciosos proyectos culturales y sociales que aún perduran, como el Club de Prensa Asturiana, el galardón Asturiano del Mes, la Biblioteca Básica Asturiana o el Conceyu Abiertu itinerante. Ha sido subdirector, director general y consejero delegado de Editorial Prensa Ibérica, y en la actualidad es consejero de Prensa Ibérica Media.

Por su cimera trayectoria, el Gobierno asturiano le concedió en 2016 la Medalla de Oro del Principado, aparte de otros importantes reconocimientos sociales recibidos, como el de socio de honor de la Asociación Cultural de Bueño, en su entrañable y preciosa patria chica riberana. Fue también pregonero de las ovetenses Fiestas de San Mateo, del Descenso Internacional a nado de la Ría de Navia, o de la Fiesta del Carmen de Salinas.

Esta excepcional ejecutoria justifica con creces que podamos sumar hoy a José Manuel Vaquero Tresguerres a la excelsa nómina de miembros de honor del Ridea, en la que han figurado desde su fundación hace más de setenta y cinco años algunos de los más preclaros asturianos. En su caso, ingresa por su denodado esfuerzo como periodista de raza y testigo privilegiado de nuestra modélica Transición; como gestor formidable y prudente de medios comunicación y, en fin, por sus admirables iniciativas en beneficio del Principado. 

Bienvenido a tu casa, querido José Manuel.

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