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Laviana

Más allá del Negrón

Juan Carlos Laviana

Polarización

España, entre los países en los que los fuegos del enfrentamiento son más vivos

"‘Rojos’ y ‘azules’ en el gulag: los españoles cautivos de Stalin". Es el apelativo título de un reportaje que publica la revista "La Aventura de la Historia" en su último número. Cuenta las estremecedoras, y a la vez aleccionadoras, peripecias de algunos de los casi 500 españoles que, por diferentes circunstancias, coincidieron entre los años 1941 y 1953 en los campos de concentración soviéticos.

Las razones por las que acabaron en los gulags son de lo más diversas. Voluntarios de la División Azul que habían sido capturados por el enemigo, exiliados tras la derrota de la República, niños expatriados durante la Guerra Civil, trabajadores emigrantes a los que el final de la contienda mundial sorprendió en Berlín, aviadores y marinos que por azares del destino se encontraban en territorio soviético al final de nuestra guerra…

Lo estremecedor de sus vivencias en campos de trabajos forzosos es fácil de imaginar. Lo aleccionador de sus historias es que, ante semejante adversidad, obviaron sus discrepancias ideológicas y antepusieron su origen compartido a cualquier otra consideración. Todos acabaron ayudándose mutuamente a sobrevivir frente al enemigo común: las inhumanas condiciones –hambre atroz, temperaturas extremas, enfermedades...– a las que los sometieron los verdugos de Stalin.

Ese origen compartido era un país al que la extrema polarización había llevado a luchar hermano contra hermano, vecino contra vecino. Por si fuera poco, en un mundo tan extremadamente polarizado que acabó librando sus diferencias en una conflagración global.

Se encienden los ánimos a base de terminología frentista: o fascistas o comunistas, o independentistas o españolistas, o progresistas o retrógrados. El matiz ha muerto

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Las guerras, como todas las desgracias, sacan lo mejor y lo peor del ser humano. No hay más que ver lo que está sucediendo en Ucrania o lo que sucedió en nuestra Guerra Incivil, que diría Luis María Anson. Quienes padecen las guerras no son sus responsables, sino los que se ven forzados a ellas por los delirios de dictadores o las ambiciones de políticos que pretenden pasar a la historia como salvadores de sus patrias.

Sin embargo, para llegar al extremo de las armas, es necesario un caldo de cultivo del que no podemos eximirnos. Leyendo "Remedios para la vida", de Francesco Petrarca, publicado ahora por Acantilado en una magnífica edición del catedrático José María Picó, me encuentro una admonición sobre las guerras civiles que, por su sorprendente vigencia, parece imposible que fuera escrita hace seis siglos.

"Te ruego evites ser uno de los que, con obras o con palabras, encienden el fuego de la contienda civil –advierte Petrarca–. Son muchos los que obran así y que, como si las heridas se debiesen a otros, acaban abrasados por el fuego que ellos mismos encendieron".

Volviendo al presente, vivimos en un mundo en el que no son pocos –políticos, periodistas, influencers– los que encienden los fuegos del enfrentamiento. Es lo que hemos dado en llamar polarización. En Estados Unidos, se habla con preocupación del peligro de una guerra civil. El asalto al Capitolio en enero de 2021 no solo nos dejó perplejos ante la fragilidad de las instituciones democráticas frente a la barbarie, sino que además encendió la mecha para que fuera imitado en otros países. En Brasil, el pasado enero se vivió una situación muy similar. En muchos países vemos cómo los resultados electorales o las resoluciones judiciales son ignorados cuando no despreciados. Sin ir más lejos, en nuestro propio país hemos vivido situaciones similares: la rebelión independentista en Cataluña el 1-O de 2017 o la convocatoria de Rodea el Congreso en 2016, intentos ambos de subvertir la voluntad democrática.

En la actualidad, afortunadamente, la escenificación no pasa de lo verbal. No hay términos medios. O se está a favor de la sanidad pública o en contra. O se está a favor de ayudar a Ucrania o se está a favor de Putin. O se está a favor del uso del español en Cataluña o se está en contra. O se está a favor del "sí es sí" o se está a favor de la violencia contra las mujeres. O se está a favor de la inmigración o en contra. Se encienden los ánimos a base de terminología frentista: o fascistas o comunistas, o independentistas o españolistas, o progresistas o retrógrados. El matiz ha muerto.

Con motivo de la reciente cumbre de Davos, se daban a conocer los últimos resultados del prestigioso Barómetro de Edelman, que titula su edición de 2023 "Navegando por un mundo polarizado". El estudio, que considera la polarización fruto de la creciente desconfianza, revela que solo el 20 por ciento de los encuestados vivirían cerca o trabajarían con alguien que no estuviera de acuerdo con su punto de vista. Y, atención, incluye a España como uno de los países más polarizados del mundo, solo detrás de Argentina, Colombia, Estados Unidos y Sudáfrica.

En estos tiempos, se tacha de tibios a los que recurren al sentido común del viejo Petrarca: "Dos extremos que distan lo mismo del centro, que es la virtud, son igualmente malos". Ojalá no tengamos que volver a situaciones extremas, como las de los españoles en los gulags de Stalin, para comprender que necesitamos unos de otros para no acabar abrasados por el fuego que nosotros mismos encendimos.

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