Sol y sombra

La ley animal

Luis M. Alonso

Luis M. Alonso

La impopularidad de la Ley de Bienestar Animal parece que ha entrado en vigor antes que la propia ley. No pasa nada, empezamos a acostumbrarnos a normas legisladas con efectos indeseados. La ley de los animales, una vez que se ha conocido lo mayor, no ha sido recibida precisamente con entusiasmo. Ni siquiera se muestran entusiastas de ella los propios animalistas, algo desconcertados por las chocantes medidas que incluye. Y, por si fuera poco, muestran desacuerdo los dos partidos del Gobierno que la han aupado. Sobre todo, tengo entendido, en lo que se refiere a los excluidos perros de caza.

No quiero corregir a nadie ni tampoco es mi intención entrar en mayores detalles, pero veo algo incongruente que se obligue al propietario de cualquier mascota a hacer un curso de responsabilidad cuando, sin ir más lejos, no se exige para tener un hijo. Ni que decir, el famoso test de sociabilidad de los perros que alguien con un sentido menos alejado de la realidad decidió suprimir a última hora. Luego, hay otros aspectos en ella absolutamente imprescindibles para la supervivencia de cualquier sociedad, que conviene pasar por alto por lo delicados que son, antes de juzgarlos de forma arbitraria o injusta, como es la medida que obliga a registrar un hámster o un canario, que por su relevancia no me atrevería a discutir con la ministra Belarra. Registremos, pues, al hámster y en paz, paso previo posiblemente a inscribirlo en la Seguridad Social. En cambio, guardar una serpiente en casa, debajo de una alfombra o en un armario, no está permitido si el hecho entraña un riesgo para la seguridad de las personas. Correcto.

Aquí lo dejo. Me gustan demasiado algunos animales, incluidos los de compañía. Además, he conocido, como contaba Enrique Jardiel Poncela, perros maravillosos que por la calle llevan el paraguas de sus amos en la boca; otros que eligen décimos de la Lotería, acertando el premio gordo, que juegan al ajedrez y también que empapelan habitaciones.

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