El patrimonio cultural asturiano es poliédrico y plural. En su diversidad reside su fortaleza, su valor y su capacidad de trascender. Mirando lo que fuimos, entendemos lo que somos y podemos construir el futuro. Muchas veces nos acostumbramos a ver nuestro entorno desde dentro, y resulta aconsejable salir de la caja y tomar perspectiva. Vernos cómo nos ven, y apreciar lo que, de tanto respirarlo, ya no notamos.
Por eso, esta serie de artículos nace con un sentido preciso: intentar fijar el foco en lo que habitualmente nos pasa desapercibido, o poner los ojos en otro lugar, para mirar nuestros patrimonios desde una distancia o un sitio diferente. Lo que veremos entonces será distinto: en el tamaño, en la forma, en los matices, en la relevancia o irrelevancia. Y todo, seguirá siendo Asturias, con nuestros ojos del siglo XXI.
Fermín Canella, asturianista sin fisuras y rector de la Universidad de Oviedo, en 1895 publica junto a Octavio Bellmunt su magna obra Asturias, cuya introducción es una declaración de principios. Asturias es el paisaje variado de valles y montañas, de animales salvajes y ganadería, de tradiciones rurales; pero también "la triste despedida del niño emigrante que marcha lejos… y un día tornar ¡aquel que vuelve! a más y más trabajar para engrandecer a los suyos" o "las maravillas del progreso, los adelantos de la industria, las fábricas y centenares de talleres, movidos por el prodigioso vapor". Todo eso era Asturias durante el cambio del siglo XIX al XX. Todo eso, con mirada nueva supieron ver sus autores. Estaba allí y ellos lo descubrieron para nosotros.
Así, Asturias era –a finales del siglo XIX– un conjunto de elementos en tensión dialéctica entre la tradición rural y la modernidad. En las publicaciones de la época se muestra una región oscura, aislada y cargada de rituales populares en la que, simultáneamente, existe una intensa actividad minera e industrial, que permitía situarla entre las zonas más avanzadas de su tiempo.
Y es que Asturias era ya entonces mucho más que una cultura agropecuaria. Aquí hubo una cultura urbana, industrial y minera, también una cultura burguesa de teatros, tertulias y paseo, de viajes a ultramar y cosmopolitismo conviviendo con lo popular rural. Así, al hablar de la cultura regional inmediatamente evocamos imágenes de verdes montañas, florecidas pomaradas, hórreos o paciente actividad ganadera. También lo que dejó Roma, y esa monarquía milenaria que levantó templos singulares, únicos en todo el mundo como los del Naranco o San Julián de los Prados. Y lo que hubo antes y la arqueología nos desvela.
Pero, además Asturias es la huella de Jovellanos y su Instituto, y sus sueños para una Asturias conectada. Asturias es la siderurgia, cómo no la minería; una actividad sindical que marcó vidas, humos y huelgas.
Asturias es además una Universidad centenaria, es el Grupo de Oviedo y la creación de la Extensión Universitaria que exportamos a todo el territorio nacional e incluso a América.
Y también forma parte de esta identidad un volumen ingente de patrimonio material e inmaterial vinculado a la emigración a América.
Y cómo no mencionar el esfuerzo del Patronato Nacional de Turismo (PNT) que en los años 30 del siglo XX lucha por romper la imagen encasillada de una España que sólo es Andalucía con su romántico exotismo. Publica entonces el PNT ese bello y contundente cartel de Vaquero Palacios para mostrar Asturias fuera del territorio nacional. Y lo hace con una iconografía sin concesiones: automóviles modernísimos subían las empinadas carreteras de la cordillera, donde junto a las agrestes cimas eran recibidos por un tren luminoso y futurista.
Asturias, así, es, y fue, mucho más que un mundo agropecuario dudosamente idílico. Porque no es menos Asturias lo que dejó la industria o las minas (con sus luces y sus sombras, con su impacto ambiental que ahora sufrimos). Y es imposible entender la actual región sin ese viaje cosmopolita de los indianos que trajeron progreso y modernidad en usos y costumbres. Porque suma mucho aquí la huella de los que se atrevieron a mirar más allá del mar: indianos o asturamericanos les llamaron. Ellos marcharon buscando un sueño, y los que retornaron enriquecidos trajeron mucho más que ostentación y lujo. Ellos vinieron con las mentes más abiertas y nuevas ideas que se concretaron en escuelas, lavaderos, centros de capacitación agraria, traídas de agua…la vanguardia, en fin.
Y ahora, en el siglo XXI, esa herencia es nuestra singularidad, sumada a lo que inventemos nosotros ahora. Los patrimonios natural y cultural son elementos fundamentales en las señas de identidad de Asturias. Identificar, mediante una estrategia tutelar, otros recursos patrimoniales que puedan actuar como factor de desarrollo a través de actuaciones de turismo cultural responsable es ahora un desafío a afrontar.
Por eso; no se trata de inventar nada: la modernidad del sueño americano, de los logros de la Universidad o de las iniciativas de Jovellanos están ahí. Sólo hay que escuchar el pasado, para construir el mañana. La identidad asturiana está escrita en sus patrimonios, en todos ellos. Nuestra singularidad es poliédrica y eso la convierte en un recurso de futuro.