Nos extinguimos, sin cita previa

La difícil relación del ciudadano con las administraciones públicas

José Manuel López Rodríguez

José Manuel López Rodríguez

No puedo ir un jueves al SEPE sin cita previa pues las personas detrás de las mesas, entre chascarrillo de Gran Hermano, predicción del ganador de "Pasapalabra" o el infortunio del superviviente más querido y que fue nominado, me indican que debo llamar para pedir cita previa. Salgo afuera y desde el móvil llamo cuatro veces, suena dentro uno de los teléfonos pero nadie lo coge. Vuelvo a entrar y me dicen que pruebe por internet. ¡Estamos a jueves y se me da para el martes siguiente! Me imagino que esos cuatro días laborales sea el tiempo prudencial y necesario para que los susodichos contertulios acaben sus pláticas cotidianas y tengan a bien recibirme.

No puedo ir a un banco sin cita previa y entro sin avisar y sin anestesia, asegurándome muy-mucho que estoy dentro del horario de recepción a los humanos (habitualmente de 9.00 a 11.00). Tres personas detrás de sus respectivos mostradores me dicen que debo sacar número previamente. Entre que el expendedor tiene las teclas colocadas en orden distinto a como suelo yo teclear y que siempre existe la duda de si la letra del DNI debe ser mayúscula o minúscula o incluso si tiene que estar separada por un guion, tras cuatro intentos consigo sacar número, me siento y me llaman al instante (lógico, era yo el único cliente). Parece que estoy practicando la canción que reza "me pongo de pie, me vuelvo a sentar". Acaba de entrar un hombre mayor (bastante más que yo) también porque tiene la tarjeta caducada. Igual le da Pascua del año que viene tecleando en la maquinita.

No puedo ir al ambulatorio sin cita previa pero tras dos docenas de infructuosas llamadas voy directamente, no a la cita si no a sacar cita previa. Para dentro de tres días. No puedo ir al Registro, a Hacienda, a la Seguridad Social, a ningún organismo público, sin cita previa.

No puedo entrar a la farmacia sin mascarilla. Me dice la farmacéutica que me acerca y vende una ella en la puerta y le contesto que, ya que se va a acercar a la entrada por qué no me acerca ya un antigripal. Contestación: "no puedo vender a domicilio, es decir, en la puerta". Respuesta: " Y la mascarilla qué me la traes mediante un dron a portes debidos?". Por cierto, en la farmacia dos personas con sus sendas mascotas caninas y me pregunto: Si los perros no pueden entrar en los hospitales, tiendas y demás, ¿por qué lo pueden hacer en una farmacia?

Tras todo lo anterior, obviamente acaecido en varias semanas y ante tanta cita previa me asalta la duda de si realmente el número de habitantes en mi entorno se ha multiplicado por dos, el número de "atendedores" detrás de las ventanillas o mostradores ha pasado a ser la mitad o estamos en una vorágine de comodidad, "apesebramiento", burocratización o endiosamiento donde resulta más cómodo a efectos de planificarse a corto y medio plazo decir "vuelva usted mañana, pero con cita previa".

¡Ojo! A ti, el del mostrador, cuando te llegue el meteorito del desempleo (que llegará), será sin cita previa y pasarás al lado e, igual al paso que vamos, hasta tus padres cuando quieras que cuiden de tus hijos, te dirán "no sin cita previa". Y dirás: surrealismo puro.

No estaría de más… Es tal la barahúnda, el caos, la confusión, el desbarajuste cotidiano que estás creando que seguramente más de uno te guardará en su libreta de rencores.

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