El móvil Contrapposto

Una propuesta de Florián, jubilado y naíf

El móvil Contrapposto

El móvil Contrapposto

Francisco Fresno

Francisco Fresno

Florián, antiguo revisor de Renfe de carácter amable, con un gran parecido físico al ministro de Cultura (sus amigos le llamaban en broma "el Iceta"), lleno de inquietudes, tras jubilarse decidió ir por una nueva vía para continuar ejerciendo con otro tipo de revisiones: sin que nadie lo invitara pasó de la Renfe a voluntario externo de la RAE.

Consciente del grado de candidez que formaba parte de su bonhomía, Florián no lo consideraba un defecto para su incipiente tarea cultural; al contrario, pensaba que ese lado suyo naíf le permitiría obrar como un buen inspector semántico, más libre de prejuicios.

Para su primera incursión en la RAE –quizá influido por el traqueteo de su pasado profesional–, eligió el concepto de "móvil", que en la primera acepción dice: "que puede moverse o se mueve por sí mismo". Y en la quinta: "teléfono móvil".

Impávido ante lo contradictorio entre la primera definición y la quinta, dado que solo había visto un teléfono con ruedas en la publicidad, Florián, que en otros asuntos solía mantenerse como un jubilado dubitativo y humilde, decidió en este caso, con mucha determinación, proceder de una forma independiente y científica para comprobar la supuesta movilidad del llamado teléfono móvil.

Como le gustaba el bricolaje, para su primera comprobación tomó prestado el transportador de ángulos escolar de su nieta, y construyó una base de madera con un desnivel del 6%, que es el máximo de la autopista del Huerna. Y sobre ese plano inclinado dejó el móvil, observando que no se deslizaba. Entonces lo puso en modo vibración y le dijo a Carmina, su mujer (muy paciente), que lo llamara dejando sonar el teléfono no menos de ocho veces. Sonó una vez, dos, tres…, y a la cuarta ya había perdido la esperanza. Pensó entonces que él no había errado, que la culpa de tan pésimo resultado debería atribuirse al Huerna por su poco desnivel.

Lejos de rendirse, decidió continuar con más pruebas. No se iba a equivocar todo el mundo, y mucho menos la Real Academia Española con tantas autoridades dentro. Así que siguió con sus planes esperando a que los partes meteorológicos anunciaran fuertes rachas de viento que afectaran a su zona.

Tras nueve semanas y media, por fin llegó un día de vientos huracanados, propicio para dejar su móvil sobre la mesa de la terraza encima de una tabla, en la que había marcado con un rotulador su perímetro, con el objetivo de comprobar después cualquier desplazamiento por mínimo que fuera.

Las rachas más fuertes oscilaron entre 110 y 120 kilómetros por hora. Ochenta minutos permaneció el móvil expuesto al vendaval en la terraza abierta. Cuando salió Florián a ver el resultado –con escepticismo y poco ánimo–, comprobó la fidelidad del aparato a la línea del contorno que lo enmarcaba. Su móvil, terco en extremo, seguía sin moverse, dejando mal a la gente.

Pero tampoco se rindió Florián ante esta segunda prueba fallida. Lo suyo era la perseverancia. Y como tenía un viaje programado a Australia, donde, según había leído, los aborígenes se comunicaban en otros tiempos a largas distancias por telepatía, pensó en probar la fuerza de su mente como último intento, pues a pesar de todo necesitaba seguir creyendo en los demás, incluyendo a la Real Academia.

Esta vez, unos minutos antes de partir para Australia, colocó su móvil sobre un aparador del salón, encima de la misma tabla en la que había dibujado con un rotulador muy fino su línea perimetral.

Al día siguiente de llegar a Melbourne, desde su hotel, solo, y con los codos apoyados en un escritorio, con la cabeza hacia abajo y los ojos cerrados, muy concentrado, viajó mentalmente hasta su teléfono de España, ordenándole que se desplazara tan solo tres milímetros hacia el lado de la conexión para la recarga. Por si acaso fallase la cobertura mental, repitió la orden seis veces, notando después el esfuerzo de su mente, que lo dejó exhausto, casi sin escucha y sin habla durante un par de horas.

Una semana después regresó impaciente, y al llegar a casa lo primero que hizo fue dirigirse al salón: tras ponerse las gafas, enfocó muy de cerca la posición del móvil, comprobando con la ayuda de una regla que se había movido un milímetro en la dirección indicada, solo un tercio de lo que le había ordenado, pero válido para quedarse tranquilo en ese momento al constatar la autoridad del nombrar de la gente y el lógico esplendor de la Academia, exentos por un milímetro de la contradicción.

Sin embargo, a Florián, aficionado al diseño y a las artes, se le ocurrió una propuesta para presentársela a Apple España, con el objetivo de acercar más el móvil a lo acorde con su nombre, teniendo en cuenta la necesidad de mejorar la ergonomía de su diseño según las opiniones que había recogido del gran diseñador André Ricard, padre de la antorcha de los Juegos Olímpicos de 1992: "Si quieres quitar el sonido tienes que pulsar un botón a los lados de la pantalla, que no sabes si es para apagarlo, o para qué. ¿Por qué es tan resbaladizo? Después tienes que comprar añadidos de goma ¿por qué no los ponen de entrada?".

Y aunque Florián consiguió que el aparato se desplazara un solo milímetro, no le pareció suficiente como dato empírico y científico para la mayoría del público, con muy poca conciencia de lo mucho que nombra y hace sin pensar, muy remiso ante las inercias dominantes. Tal incongruencia sobre el móvil que no se mueve merecía un cambio corrector.

Para ese cambio íntegro de diseño y nombre pensó Florián en el Contrapposto, un recurso utilizado en las esculturas clásicas, que consistía en flexionar una pierna de las figuras manteniendo fija la otra en el suelo, para romper así con la frontalidad estática y dar la impresión de movimiento, afectando también la postura al dinamismo de todo el cuerpo.

La mejora de un diseño más ergonómico se podría completar con un marketing publicitario, llamando al futuro iPhone "El móvil Contrapposto", nombre asociado a más movilidad que la del portátil innombrable (de "portare", llevar), que no va por sí mismo a ninguna parte por su inamovible obstinación, obligándonos como subordinados suyos a portarlo siempre nosotros, cargando muy obedientes con el peso de una disonancia cognitiva a cada paso.

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