Primates en la grada

Francisco García

Francisco García

El ser humano desciende del mono y sigue descendiendo. La grada de un estadio de fútbol es ejemplo permanente de comportamientos primates de congéneres que, protegidos por el bulto de la manada, vociferan con gritos guturales que nos devuelven a la jungla. Y que, aún peor, vomitan insultos y denuestos contra todo lo que se mueve, sea del color rival o del tono oscuro del encargado de dirigir la contienda. Que los pasillos de entrada y salida a los estadios se llamen vomitorios desde el Coliseo de Roma hasta nuestros días no es casualidad.

Comentarios racistas, xenófobos y homófobos se escuchan cada jornada en cada campo, sea de la máxima categoría o de divisiones inferiores. Que algún cafre lance desde su asiento un plátano a un futbolista por el color de su piel hace pensar si el simio no estará plácidamente emboscado en el cemento en lugar de correteando por el prado.

Lo más sangrante de una situación insana y malévola que se perpetúa es que ocurre tanto en partidos de mayores como en los que disputan cada fin de semana niños, a los que se priva desde el inicio del disfrute de los valores esenciales de la práctica deportiva y se les transmiten, por contra, nocivos mensajes de odio e inquina. Vestirse de corto ha de ser para los pequeños una puesta de largo.

Ha pasado este fin de semana en un encuentro de alevines en Asturias. Obviemos el lugar y el nombre de los equipos, porque lamentablemente no se trata de un hecho aislado, pero las autoridades federativas deberían intervenir para identificar a los autores de los graves improperios y prohibirlos a perpetuidad el acceso a un recinto deportivo. Hay algunos que deberían permanecer de por vida al otro lado de la valla. Pero en la de un bestiario, no en la de un campo de fútbol.

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