Las pasiones de Podemos

La despedida de la Junta General del Principado

Ricardo Menéndez Salmón

Ricardo Menéndez Salmón

El pasado miércoles, 29 de marzo, dije adiós a mi desempeño en la Junta General del Principado. En mi última intervención desde el atril mencioné dos términos que, reunidos en la misma frase, pueden parecer paradójicos: alivio y pena. Alivio por dejar un espacio colectivo, el del grupo parlamentario de Podemos Asturies, donde lo común se ha disuelto sin remedio hace tiempo, al menos desde diciembre de 2021; pena por abandonar una institución cuyo conocimiento interno, y la frecuentación de ciertas personas que conforman su arquitectura, ha sido un regalo que la vida me ha hecho y que llevaré siempre conmigo. Lo diré de otro modo, también acaso paradójico: el parlamentarismo es a menudo maravilloso; los partidos que lo nutren, casi siempre intolerables. Y el desafecto que la política genera, de forma mayoritaria, entre la ciudadanía, nace de esa disfunción. Lo notable que sucede en la Casa (legislar, disentir, convertir el logos en criterio) se ve devorado por los personalismos, las inquinas y las luchas de poder que agitan los partidos: dineros, servidumbres, cadenas de mando. Esa pleitesía, ese sometimiento que la vida íntima de la Junta acaba por rendir a la existencia orgánica de las siglas, termina por infectar lo cotidiano. Separarse de la praxis política se convierte, entonces, en una necesidad física. Entre otras cosas porque ahí fuera, en eso que llamamos "la calle" o "la opinión pública", el margen de discernimiento, la capacidad para discriminar lo verdadero de lo falso, el ruido de la palabra, es muy escaso, por no decir inexistente. Y sin embargo, en contadas ocasiones, dentro del hemiciclo, la conjunción entre el parlamentarismo y las necesidades de los partidos permite que sucedan cosas fascinantes. De hecho, diría que el minuto de oro de la Undécima Legislatura tuvo lugar precisamente durante el pleno de clausura. Haberlo vivido in situ, haberlo podido ver con mis propios ojos, me ha enseñado más de política que todo lo experimentado a lo largo de los dos años y medio que pronto habré pasado en el Palacio de Fruela.

Las pasiones de Podemos

Las pasiones de Podemos / Ricardo Menéndez Salmón

Siendo sinceros, el minuto de oro duró casi media hora, la repartida entre tres intervenciones de otros tantos parlamentarios, Daniel Ripa, Ovidio Zapico y Pablo Álvarez-Pire, más un epílogo inesperado, pero condensó en ese tiempo cuanto la política puede aspirar a ser y todo lo que en verdad es: el deseo y la realidad, lo crudo y lo cocido, lo personal y lo colectivo. En su discurso final tras ocho años en la Junta, Ripa no podía defraudar. Hombre excesivo, siempre sobre el alambre, cuyo territorio natural es ese delgado territorio que separa la performance del asamblearismo, Ripa refrendó la idea que expresé no hace mucho en este mismo diario, en una entrevista con Vicente Montes. Que es, sin asomo de duda, el más incómodo diputado que el poder, cualquier poder, podría soñar. Su discurso en contra de ciertas decisiones tomadas en la reforma del Reglamento y en defensa de las pasiones representadas por el Podemos original, el nacido de la puesta en discusión de todos los valores establecidos, comenzando por el mismo valor sacramental de los escenarios de la política, provocó una reacción en cadena que, como insinúo, deja para la videoteca de la Junta la secuencia política más poderosa de la Undécima Legislatura. Porque lo que Ripa logró en ese discurso breve pero brillante (el pinchazo dura poco, pero escuece largo rato), fue poner de acuerdo a las tres fuerzas más veteranas de la política asturiana: Izquierda Unida, Partido Popular y Partido Socialista.

Tras el alegato de Ripa, el segundo momento de la secuencia fue la filípica de Ovidio Zapico en defensa de los partidos y su argumentación para convertir un hipotético paro de los diputados en un derecho conquistado por la clase trabajadora. Hábil como siempre, gremial como nunca, Zapico traslució en su discurso con hipnótica fuerza los límites que separan a IU de lo que Podemos pudo un día representar. Fue un discurso parteaguas, en el que el líder ungido le explicaba al líder caído las demarcaciones precisas. Frente al irredentismo de Ripa, la siempre impecable (y sagacísima) practicidad de Zapico. Pero si bien era IU quien se había revuelto contra el insolente, faltaban por llegar las estocadas de los enemigos naturales: populares y socialistas. Aunque ni siquiera hizo falta que los segundos hablaran. Se limitaron a aplaudir. Mientras el vicepresidente segundo de la Junta, Pablo Álvarez-Pire, desgranaba un discurso en el que denunciaba todos los males que Ripa y el podemismo de primera oleada encarnaban para horror de los custodios de la pureza política e institucional, Barbón asentía cada vez más entusiasmado, caldeando la bancada socialista, hasta que a la conclusión del discurso del diputado del PP sucedió el clímax. Todos a una, como Fuenteovejuna, los 20 diputados socialistas firmaban el abrazo de Vergara en forma de ovación. El círculo se cerraba, el demonio había sido negado y el tesoro, el corporativismo político, sobrevivía indemne. La expulsión de Ripa, a la postre, no llegaba de puertas adentro, por más que una prosaica maquinaria punitiva, que inevitablemente obliga a pensar en la época termidoriana y en su Comité de Salvación Pública, así lo lleve pregonando hace meses, sino que era sancionada, en forma de inesperado tripartito, por las fuerzas a las que su verbo, por enésima ocasión, había soliviantado.

Satisfecha la catarsis, mientras la sesión plenaria languidecía entre asuntos intrascendentes y despedidas más o menos sentidas, todo ello me condujo a pensar que Podemos, a cuyo destino en Asturias, para bien o para mal, he estado ligado desde las elecciones autonómicas de 2019, acaso se encuentre en la encrucijada histórica de tener que decidir qué quiere para sí: si la pasión de Ripa o la Pasión que sus inscritos, militantes y simpatizantes viven hace meses por las luchas de poder que se dirimen en su seno. Escoger entre una y otra no es sólo un asunto de minúscula o mayúscula, sino, con permiso de Vasili Grossman, de vida y destino.

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