Resplandor en la oscuridad

Tino Pertierra

Tino Pertierra

La influencia del cine en la educación sentimental de las audiencias es evidente. También lo es su uso como inspiración cuando los cineastas se vuelven nostálgicos y quieren rendir homenaje a su manera a lo que mamaron en la pantalla grande. Hay quien lo hace por partes (Tarantino, una moviola ambulante) y quien se decide a volcarlo todo en un largometraje con mucho de autobiográfico (véase Belfast o Los Fabelman). Sam Mendes, después de soltarse el pelo con James Bond y hacer alardes visuales pronto obsoletos con 1917 opta por construir un tributo que, de alguna forma, se emparenta con Cinema Paradiso al mostrar la capacidad curativa del cine para aportar soplos de ilusiones (sueños, si se prefiere) en un mundo hostil o inhóspito. Sin la música de Morricone cuesta más emocionar al personal. Mendes se pierde como guionista embutiendo muchos temas importantes sin convicción ni hondura: el abuso de poder, la difícil inserción de las personas diferentes en una sociedad poco acogedora con aquello que se sale de la norma, el racismo, los dramas sociales, la indiferencia frente a la injusticia, la formación de las bestia fascista... Al igual que en su anterior película sobre la Gran Guerra, Mendes se atreve a firmar el guión y el resultado es previsible, esquemático, simple hasta decir plasta. Salva los muebles porque tiene a una gran actriz como Olivia Colman, capaz de dar a su personaje una riqueza de matices (una mirada aquí, un gesto sutil allá) que da veracidad a un esquemático romance. Un grupo de secundarios de nivel alto ayuda a mantener el nivel de la función y Mendes crea algunos momentos de estética brillante, aunque no lo suficiente para ser memorables.

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