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Marino Pérez Álvarez

Marino Pérez Álvarez

Miembro de la Academia de Psicología de España

La moda trans pasará; entre tanto, recuperemos el sentido común

Las "infancias transgénero" son un fenómeno social con enormes implicaciones

La moda trans pasará; entre tanto, recuperemos el sentido común

Como se sabe, es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro. Sin embargo, cabe esperar que la moda transgénero desaparezca pongamos por caso dentro de tres o cuatro siglos. Teniendo en cuenta que los siglos duran ahora un lustro o así, estaríamos hablando de unos quince o veinte años. Demasiado tiempo cuando se corre el riesgo de daños irreversibles. Porque nos estamos refiriendo a una moda infanto-juvenil que implica medicación e intenciones quirúrgicas.

Esta moda se refiere al fenómeno social conocido como "infancias trans" cuya manifestación más preocupante es la disforia de género de comienzo rápido según la cual, de pronto, una chica preadolescente se siente y quiere ser chico y emprende un proceso de transición. También pueden ser chicos que se sienten y quieren ser chicas, pero el caso más frecuente en estas edades es de chica-a-chico.

Las fases de la transición como cinta transportadora. La transición puede incluir cuatro fases. La primera es la transición social (cambio de nombre y de pronombres, elle/elles) que, lejos de ser una forma neutral de trato social, es ya una intervención psicosocial en la que incurren los centros escolares y los profesionales. Antes, cuando los profesionales y los centros escolares eran neutrales, más del 80% de las disforias se resolvían solas. Ahora, la transición social aboca prácticamente al cien por cien a la segunda fase. La segunda fase consiste en el bloqueo de la pubertad con medicación que paraliza el desarrollo a partir de los 11-12 años. Se supone que así se gana tiempo, pero, en realidad, esta detención del desarrollo impide la correspondiente maduración manteniendo a la chica o el chico infantilizados. La tercera fase consiste en tratamiento hormonal cruzado (hacia los 16 años) a base de testosterona para chicas y estrógenos para chicos con miras a feminizar o masculinizar su aspecto. La cuarta fase consiste en operaciones quirúrgicas (a partir de 18 años, pero no sería la primera vez que se hacen antes) que pueden incluir mastectomía, vaginectomía y faloplastia para el cambio de mujer-a-varón (hombre trans), y vaginoplastia consistente en la reconversión del pene en una cavidad vaginal para el cambio de varón-a-mujer (mujer trans). Las distintas fases funcionan como una cinta transportadora que está dando lugar al fenómeno de los arrepentidos y destransicionistas para quienes el proceso ha sido apresurado.

Independientemente de las transiciones practicadas (y sin pasar por ninguna) está el "cambio de sexo registral", de acuerdo con la "ley Trans", a partir de los 14 años. Después de todo, más fácil, y reversible.

Hay un poder de lo cuqui que, con su estética allanadora de dicotomías e infantiloide, trae una suerte de banalidad del buenismo

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¿Moda? Que la disforia de género en la pubertad y adolescencia es una moda parece claro de acuerdo con estos tres aspectos:

1) Aparición rápida sin particular disforia o incongruencia de género previa, aunque a menudo con otros problemas (espectro autista, conflictos en la orientación sexual).

2) Derivación de influencias sociales resultantes de la frecuentación de las redes sociales (es conocido que antes de decir en casa "mamá, soy trans", la chica lleva meses y meses viviendo en TikTok), de charlas en los centros escolares a cargo de activistas (no sería la primera vez que un escolar se descubre trans después de una de estas charlas) y del contagio social de amigas que ya son trans (no es infrecuente que tras un caso viene otro).

3) Fenómeno reciente dado en los países más desarrollados (Europa, EEU, Canadá, Australia) con un crecimiento de miles por cien. El crecimiento del 4000% de Inglaterra se ha quedado corto ante el 7000% en Cataluña, similar a otras comunidades, en los últimos diez años.

Se trata de una moda (por no decir locura) ligada a un movimiento ideológico, la ideología queer, que se ha apoderado de la opinión y el debate público como si fuera lo más progresista y liberadora, cuando en realidad es retrógrada y opresora. Es retrógrada porque reintroduce los estereotipos sexuales (no vaya a ser que una chica que juegue al futbol sea un chico), niega que exista la mujer definida por su cuerpo biológico (ser mujer es "sentirse mujer"), reintroduce el dualismo alma-cuerpo donde el alma es ahora la identidad sentida atrapada en un cuerpo equivocado y patologiza la disforia convirtiendo personas sanas en enfermos crónicos. Es opresora porque impone la terapia afirmativa como la única opción aceptable, impone una neolengua que tergiversa el sentido de las cosas, sean por caso hablar de "sexo asignado al nacimiento" y expresiones bizarras para evitar la palabra "mujer" como "persona menstruante", "gestante" o "vulva portante", e impone sanciones para quienes discutan su ortodoxia.

Entre tanto, ahí están los padres, abandonados por las leyes y la política escolar, desorientados, con más información que conocimientos

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Pensamiento cuqui y banalidad del buenismo. El éxito de la ideología queer se entiende en el contexto de ciertas características de la sociedad actual. De un lado, el individualismo subjetivista y narcisista dentro del que la autodeterminación de la identidad del género por el sentimiento es una extensión. De otro, el poder de lo cuqui que, con su estética infantiloide, redondeada y allanadora de dicotomías (masculino/femenino, niño/adulto, artificial/natural) trae una ética buenista donde todo lo que venga revestido de deseos y derechos parece bueno, aceptable y adorable, una suerte de banalidad del buenismo. Por otro lado, está la devaluación de la natalidad en relación con la cual no se dejaría de situar el auge de las mascotas. Oviedo y Gijón, y tantas otras ciudades, ya tienen más mascotas que niños y pronto serán mayores los espacios urbanos para perros que para jugar los niños.

El éxito de la ideología queer no ocurre sin estrategias, entre ellas asociar logros sociales ya aceptados (como los relacionados con la homosexualidad) con el transgenerismo. Como si el colectivo LGBTQIA fuera homogéneo, cuando la T de transgénero y la Q de queer terminan por contravenir valores LGB por lo que a veces estas siglas se reivindican aparte. Cuando, por ejemplo, una universidad hace una declaración a favor del colectivo LGBTQIA, ¿quiere decir que no reconoce a la mujer como sujeto político definida por su cuerpo biológico y en su lugar apoya el transgenerismo según el cual ser mujer, u hombre, es un sentimiento? Quizá no sea más que un ejemplo del pensamiento cuqui y la banalidad del buenismo que invaden nuestra época.

Como tal moda, la disforia de género adolescente con su ideología transgresora que ni pintada para nuestra época narcisista, cuqui, más de sentir que de pensar, pasará. Pasará no sin quedar asimilada por el capitalismo consumista como suele ocurrir. Ya ocurrió con el movimiento contracultural de los años sesenta del siglo pasado. Que esto vaya a ocurrir con la ideología queer es claro, porque ya está ocurriendo como se aprecia en la proliferación de declaraciones a favor del colectivo LGBTQIA+ al margen de lo que signifiquen sus siglas (incluida el + cualquier cosa que sea). Ya parece una declaración tan imprescindible como añadir "sostenible" a cualquier proyecto. Por no hablar del negocio de la disforia de género (prendas, hormonas, cirugía, series). Mientras que la izquierda identitaria convierte los deseos en derechos, el neoliberalismo capitaliza su satisfacción con lo que vende.

Al final, sentido común. Entretanto, ahí están los padres, abandonados por las leyes y la política escolar, desorientados, con más información que conocimientos, cuando no seducidos por el buenismo como es fácil de entender.

En general, los padres se reparten en dos grandes posiciones ante la disforia de género ("mamá soy, trans"), a cuál peor: el rechazo total y la afirmación incondicional. Más allá de estas posiciones extremas, pero comunes, está la actitud sensata que sin oponerse tampoco se pone al frente. Tan nefastos pueden ser los padres autoritarios como los progres.

La conversación, la empatía, la comprensión mutua, el diálogo, la espera atenta y dar tiempo al tiempo (mejor que la precipitación) son aspectos de una actitud sensata. Aun cuando los adolescentes saben más que los padres del mundo trans que circula en las redes sociales y los campus escolares, los padres saben más de la vida. Amén de ponerse al día del mundo trans, los padres no habrán perdido el sentido común empezando por ser escépticos de los colectivos del activismo trans. Si su hija tiene una iluminación según la cual se le apareció la virgen, ¿la llevaría a una institución religiosa o al psicólogo? Y si el psicólogo fuera un activista, busque otro.

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