La experiencia somedana

Francisco García

Francisco García

Hacer tres décadas, cuando acababa de declararse el parque de Somiedo, en plena efervescencia desaforada de la protección de los espacios naturales más valiosos de una región que hasta celebraba la monumentalidad de árboles legendarios, como el carballón de Valentín, la fayona de Eiros o el tejo de Bermiego, el oso pardo era una especie emblemática en grave peligro de extinción. La publicidad inicial del espacio protegido somedano refería a aquél como “el concejo del oso”. Y muchos acudíamos allí con la idea de avistar uno de los últimos ejemplares en libertad. Más no había forma de cumplir ese deseo: era la mentira piadosa para atraer turistas a Somiedo, pues los plantígrados eran tan pocos que no se dejaban ver. Y con suerte y prismáticos tal vez pudieras llevarte a la vista algún rebeco. Pero nadie salía defraudado de visitar ese espacio singular lleno de atractivos, aunque ningún oso le saliera al paso en el entorno mágico de los lagos de Saliencia, en la senda que conduce a La Pornacal, cuya primera visión rememora inevitablemente la aldea gala de Asterix, o en el ascenso sinuoso al Cornón o a los Picos Albos.

Cumplidos 35 años del parque de Somiedo, que supuso un revulsivo para un concejo pobre y envejecido, la autoestima de los habitantes creció a la par que la población osera; y así hoy el avistamiento de plantígrados se ha convertido en una de las actividades turísticas más demandadas de la región. De tal manera que en algunos puentes y fines de semana primaverales se dejan ver en los estacionamientos más fotógrafos con sus trípodes y cámaras en ristre que en el “photocall” de los Goya.

La experiencia somedana es una opción turística muy recomendable porque apuntala una evidencia: el territorio y el oso, protegidos, generan economía y diversificación laboral a los habitantes de un concejo antes solo ganadero y ahora también terciario. 

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