Una epidemia silenciosa que pide actuar de inmediato

Con el caso de las niñas de Oviedo, las entrañas se nos abren con una mezcla de culpa y espanto | Algo está ocurriendo a nuestros jóvenes y adolescentes que no acertamos a detectar

Edificio de La Ería donde dos hermanas de 12 años perdieron la vida. | Irma Collín

Edificio de La Ería donde dos hermanas de 12 años perdieron la vida. | Irma Collín

Editorial

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No cabe volver a ocultar esta dramática e incómoda cuestión cada vez más común y mirar hacia otra parte para eludir encararla. El suicidio es hoy la primera causa de muerte en España en jóvenes entre los 15 y los 29 años. La mitad de las enfermedades mentales comienza antes de los 14 años. Una gran parte de los casos ni se detectan ni se tratan. Enunciar estos datos en frío ya provoca respeto, aunque parezcan propios de una realidad muy alejada. Pero cuando nos tocan de cerca, cuando comprobamos que lo que ocurre a la puerta de casa también nutre esas estadísticas, las entrañas se nos abren con una mezcla de culpa y espanto. Y surge la duda: ¿Cómo es posible? ¿Qué pasa? Algo está ocurriendo a nuestros jóvenes y adolescentes que no acertamos a detectar. 

"Hablar de salud mental no puede ser una moda. En España, por cada cien mil habitantes, hay seis psicólogos clínicos, tres veces menos que la media europea, y once psiquiatras, cinco veces menos que en Suiza y menos de la mitad de Francia, Alemania y Países Bajos. No hay salud sin salud mental". Tan elocuentes palabras corresponden a la Reina Letizia, durante la inauguración el pasado martes de un congreso nacional sanitario en Madrid. Dio de pleno en la diana y resulta inevitable recordarlas para remover políticas. Unos días antes, una chica de Gijón, Claudia González, de 20 años, se quitó la vida tras publicar que había sufrido “bullying” durante su etapa escolar. A los tres días del discurso de la Reina, dos gemelas de 12 años morirían en su ciudad natal, Oviedo, al arrojarse por la ventana del rellano de un sexto piso del edificio en el que residían.

Poco conocemos de este caso concreto, y nada importa. Basta solo con que su dramática dimensión despierte conciencias porque sí sabemos que cada vez más jóvenes se sienten perdidos e inadaptados, sin anclajes, con estrés, tristeza, dificultades para gestionar sus emociones o frustración insuperable ante la adversidad. Y sufren por ello sin saber cómo salvarse del naufragio, al igual que sus familias, desorientadas y desamparadas. Los trastornos del comportamiento y las nuevas adicciones, relacionados con las redes sociales y las tecnologías, empiezan a llenar las consultas de psiquiatras y psicólogos, también en Asturias, durante una adolescencia que comienza antes. Una etapa de la formación personal muy vulnerable, crítica para el desarrollo de patologías como la depresión, un periodo de suma agitación biológica, cognitiva y afectiva.

Referirse a hechos similares a los de las hermanas de La Ería, un caso que muestra similitudes, salvando las distancias, con el ocurrido el pasado febrero en la localidad barcelonesa de Sallent, cuando dos gemelas también de 12 años saltaron desde una ventana, falleciendo una de ellas, constituía un tema tabú hace poco. Pero si queremos poner remedio a esta epidemia silenciosa y doblemente silenciada, por el estigma y por sus impactantes consecuencias, necesitamos que empiece a dejar de serlo, abordándola desde el respeto, el rigor y la prudencia. Callar y esconder el disgusto para aminorar un dolor lacerante es una actitud humanamente comprensible por el desgarro, pero nos aparta del verdadero objetivo: evitar que la siguiente persona en la flor de la vida, apenas iniciándola, adopte la decisión de quitarse de en medio. Damos vueltas a la cabeza buscando motivaciones a un comportamiento inexplicable desde nuestros parámetros racionales. Más que perdernos en interpretar el porqué del después, la situación requiere centrarse en el antes.

Toca preguntarse hasta qué punto el modelo de enseñanza protectora, en casa y en el colegio, está fracasando. Remamos en un mundo consumista e individualista que se alimenta de seres insatisfechos e idealiza la felicidad y la belleza. El problema es muy complejo y la responsabilidad, colectiva. Es deber de la sociedad entera rescatar a esos menores en dificultades para convertirlos en adultos capaces de tomar las riendas de su destino y de tener una vida plena, con sentido y con valores.

La última acumulación en Asturias de eventos dramáticos protagonizados por niños denota que existe una emergencia sanitaria de malestar anímico. Los partidos han detectado, por fin, una necesidad ante la que parecen sensibilizados. Hasta el punto de que la atención psicosanitaria fue el único aspecto que suscitó la unanimidad en el debate electoral entre los líderes autonómicos. Conviertan, señores candidatos, si son sinceros, sus palabras en acuerdos efectivos.

"Todos en algún momento", desveló con una franqueza apabullante Letizia, "necesitamos parar, admitir debilidades. La enseñanza temprana en salud nos dotaría de herramientas para afrontar las situaciones traumáticas y los pensamientos tóxicos que tenemos". Empecemos por ahí. Prevengamos. Tal vez de esa forma quizá las pequeñas Alexandra y Anastasia seguirían con nosotros.