Generar riqueza y atraer población, lo urgente

En Asturias se vive muy bien, pero un contexto tan favorable no acaba de propulsar el despegue: falta empuje para aprovechar las oportunidades, talento para construir un relato ilusionante y valentía para elegir prioridades

Una de las urnas para las pasadas elecciones municipales. | JUAN PLAZA

Una de las urnas para las pasadas elecciones municipales. | JUAN PLAZA

Editorial

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Venza el candidato que venza cuando se complete el recuento de las urnas esta noche, y sea cual sea la distribución de escaños, Asturias tiene la imperiosa necesidad de probar estrategias distintas para generar riqueza y atraer nuevos vecinos. Nada resulta tan urgente. La alta calidad de vida de la región y el sostenimiento de un elevado nivel de renta –pasiva, por efecto de las jubilaciones– no deben enmascarar la realidad de una economía débil y pendiente de grandes transformaciones. Aunque la región avanza, el resto lo hace a mayor velocidad y la dejan en la carrera cada vez más rezagada. Para culminar la travesía hacia el dinamismo con éxito nada será tan efectivo como lograr grandes y duraderos acuerdos sobre objetivos básicos, un pilar sólido sobre el que apoyarse para tomar impulso. 

Asturias conserva el millón de habitantes, según certificó el Instituto Nacional de Estadística en el sprint final de la campaña. La cifra en realidad resulta irrelevante. Solo encierra un valor psicológico, potente como icono, pero intrascendente a efectos prácticos, porque sobrepasar esa cantidad en siete mil asturianos, o quedarse otros tantos por debajo, da lo mismo. Importa la tendencia, y la respuesta para revertirla. La región necesita atraer población. Solo multiplicando trabajadores y cotizantes para repartir la carga podrá sostenerse a largo plazo el bienestar de los pobladores de esta tierra.

Aquí se vive muy bien, con unas ciudades confortables, una singular red de pequeñas villas bien conectadas, un entorno excepcional, una educación y una sanidad aceptables y una atractiva oferta cultural y lúdica. Sin embargo, un contexto tan favorable no termina de propulsar el despegue: la tasa de actividad es de las menores de España, la mitad de la población que supera los 16 años de las urbes costeras no está disponible para trabajar y, con ligeras fluctuaciones al alza o a la baja, quienes siguen el camino de la emigración superan a los que llegan. Estamos casi ante el gran dilema ontológico asturiano.

Probablemente ninguna autonomía supera a la nuestra en estudios analíticos, ni se ha tumbado tantas veces en el diván para profundizar en la raíz de unos males por los que se flagela y de los que nunca logra reponerse. Tal grado de autoconocimiento no ha tenido traslación para incentivar la remontada. ¿Será acaso una versión sofisticada del histórico ensimismamiento lo que impide romper con la querencia paralizante? Desde luego, a la hora de que el continente case con el contenido, sí falta empuje para aprovechar las oportunidades, talento para construir en positivo un relato ilusionante y valentía para determinar prioridades. Con recursos limitados no se puede afrontar de una tacada la larga lista de necesidades pendientes. El intento de contentar a todos a la vez no lleva a ninguna parte.

Ahí tienen desde mañana los diputados y concejales electos su reto: propiciar un entorno en el que los asturianos que permanezcan en Asturias, y los foráneos que deseen establecerse, puedan desarrollar en plenitud sus proyectos personales y profesionales. Crecer sin trabas y en condiciones de igualdad con el resto de españoles sin que se les quede cara de idiotas al comparar lo que pagan en impuestos con respecto a sus vecinos o al medir en decenios el tiempo que tardan en concluir las principales infraestructuras. Basta observar la Variante. Han transcurrido 44 años desde que se planteó por primera vez construirla, las obras llevan 13 años de retraso y solo falta que llegue noviembre, la última fecha prometida para abrirla, y nos pille con los deberes por hacer.

Desde que los populismos y la demagogia, también en Asturias, se adueñaron de la escena, la política abandonó su verdadero fin, resolver los problemas que dificultan la vida de los ciudadanos, para ocuparse únicamente de un objetivo injustificable, recaudar votos por cualquier medio para perpetuarse. Las emociones han devorado a la razón, en lo que supone el mal del siglo. Los votantes no deberían sucumbir a la corriente. No está en juego un partido de fútbol sino su prosperidad venidera y quienes han de facilitarla con su liderazgo y decisiones.

Una caída mortal propiciada por el deterioro de la Senda del Oso empañaba las vísperas de la anterior campaña electoral. Los partidos se conjuraron entonces para evitar el peligro. Las obras comenzaron esta semana, justo cuatro años después. Si ya resulta inquietante admitir un estado de dejadez semejante, la increíble parsimonia para solventar las cosas que no funcionan, las nimias y las trascendentales, ofende. Y esto tiene que acabar.

A la región le irá mal si pasa del paraguas de las empresas estatales al de las administraciones como principal sostén del mercado laboral y si se olvida de mimar a la clase media, principal estabilizador social y maltratada mayoría silenciosa. Pero se abonará irremediablemente a la decadencia si renuncia a confiar en sus propias capacidades. Si hace dejación de responsabilidad dando por sentado que carece de fuerza para revertir su destino. Si arraiga el convencimiento de que desde aquí nada puede cambiarse y de que otros vendrán tarde o temprano a resolver la papeleta. Para evitarlo precisamente se vota este día. Lo que vaya a ser Asturias está en manos de los asturianos. De nadie más.