Más allá del Negrón

Jóvenes y política

El domingo estaban llamados a votar por primera vez 1,7 millones de electores

Jóvenes y política

Jóvenes y política

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

El domingo acudí al colegio electoral acompañado de mi hija, que disfrutaba por primera vez de lo que otrora llamábamos la fiesta de la democracia. Una estudiante de lo que ahora llaman STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics). Más que a una fiesta, parecía que iba a un funeral. Tuve que enseñarle el procedimiento: "mira, en estas listas buscas tu sección y tu mesa, en este muestrario eliges la papeleta que quieres, la metes en uno de esos sobres y te diriges a la urna que te corresponde, enseñas el DNI y depositas tu voto". "¿Es muy fácil, no?", concluyó. No sé lo que pensaría que era votar. Sólo tenía una duda: ¿Cómo votar en blanco? Le pareció muy exótico entregar un sobre vacío.

Durante el camino había aprovechado para preguntarle qué votaban sus amigos, sus compañeros de facultad, los amigos de su edad, con la malsana intención de sonsacarle su voto. Me confesó que ella era de las pocas que votaban, que la mayoría –calculó un 80 por ciento– se iba a abstener. Antes, había ofrecido a mi hijo –también su primera vez– ayudarle con el voto por correo, ya que iba a estar trabajando fuera del país. "Déjalo, no te molestes, me da igual", fue su respuesta. El "me da igual" es una respuesta muy frecuente en los jóvenes de hoy. Debe de ser el equivalente a lo que en otros tiempos llamábamos pasotas.

Inevitablemente, me acordé de mi primera vez. Pese a mi ansiedad por votar, llevaba mucho tiempo esperando la ocasión, ya que entonces no se hacía hasta los 21 años. Teníamos la sensación de que nuestro voto era decisivo para la democracia, así que la abstención ni se consideraba. Eran las elecciones generales del 28 de octubre de 1982, en las que arrasó Felipe González con mayoría absoluta y más de diez millones de votos con una participación del 80 por ciento.

La participación en las municipales y autonómicas del domingo fue del 54,48% y 1,7 millones de jóvenes estaban llamados a votar por primera vez. Desconozco la cifra de cuántos de ellos se abstuvieron, pero, a juzgar por las previsiones, fueron muchos.

Ese desinterés de nuestros jóvenes por la política suele atribuirse a muy diversas circunstancias. La precariedad laboral, los altos niveles de desempleo juvenil, las dificultades para independizarse por la carestía de la vivienda, la falta de expectativas de futuro, cuando no se los demoniza por su "pasotismo", sus pocas ganas de trabajar y su poca predisposición al esfuerzo.

Sin embargo, rara vez los políticos de todos los signos se plantean de forma realista los problemas de los jóvenes, más allá de los cheques regalo. Y, aún menos veces, hacen examen de conciencia sobre su parte de responsabilidad para que la juventud se distancie cada vez más de la política. Lo intentaron con la llamada nueva política y el resultado está a la vista.

Lamentables espectáculos en el Parlamento, promesas electorales incumplidas, campañas agresivas basadas en desacreditar al contrario, actitudes chulescas, debates enrevesados sobre cuestiones que no afectan a los ciudadanos, corrupción económica, luchas intestinas dentro de los partidos… Al final, lo que llega a los jóvenes –y también a los mayores, pero tenemos más tragaderas– es una lucha encarnizada por mantenerse o alcanzar el poder. Y si eso es la política, paso.

¿Dónde han estado en esta campaña los grandes asuntos trascendentales para el futuro de los jóvenes? No se ha dedicado ni un minuto a hablar de educación, no digamos de cultura. Lugares comunes sobre la lucha contra el cambio climático, que será precisamente a ellos a quienes más va a afectar, quienes de verdad lo van sufrir. En suma, nada de futuro, de ilusión por el porvenir, que es lo que los jóvenes quieren que les garanticemos.

No me extraña que mi hija el domingo estuviera más preocupada por sacar el examen del lunes o mi hijo por mantener el puesto de trabajo, en el que debutaba ese mismo día, que por unas elecciones que sienten ajenas, que en nada van a afectar a sus problemas inmediatos. No sólo los políticos, también sus padres, hemos sido incapaces de transmitirles que no hemos encontrado una vía mejor para solucionar nuestros problemas que ésta, nuestra democracia. Y de aquí al 23 de julio me temo que ya no nos va a dar tiempo.

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