Opinión | Billete de vuelta

Gijón grandón y Oviedín del alma

Cuando hace década y media me destinaron a Gijón, me anunciaron que llegaba a una "ciudad grandona y superlativa". Tan cierto como que en la Villa de Jovellanos los aumentativos dominan la nomenclatura popular desde hace tiempo: El Molinón, La Escalerona, La Iglesiona, El Santón, La Mareona …

Ahora que el destino laboral se encuentra en la sede capitalina, se advierte que en el bautizado con elegancia y añejo señorío Oviedín del alma prefieren, sin embargo, los diminutivos. Tal es el caso de El Campillín, El Escorialín o La Tenderina. No se sabe si se trata de gustos tan dispares por llevarse los unos a los otros la contraria, si bien es cierto que el tamaño de las ciudades no se mide por su afán en el aumento o en la disminución de sus asuntos comunes, como tampoco por el peso del Producto Interior Bruto o el destartalado dibujo de su pirámide de población. El caso es que si uno rebusca, el "ón" y el "ona" gijoneses se perpetúan en la nomenclatura local; de igual forma que el "ín" ovetense no encuentra rival en las terminaciones nominativas. Cuentan crónicas de antaño que en el célebre Café Español de Oviedo fueron muy admiradas a principios del siglo pasado tres cupletistas de letras picaronas y ligeras de enaguas, Consuelito Romero, Paquita Alarcón y Encarnita de Lerma, con nombres como de andar por casa en cofia.

En Gijón se estila el "cachopón" XXXL de Casa Carmen, en el barrio de La Arena; en Oviedo cobran fama los filetes empanados de distinto argumentario que prepara El Cachopín del Tayu, carnicería selecta de la calle Campomanes. Una es la ciudad de Clarín; la otra, de Vitorón y Garciona. Una la gobierna Moriyón; la otra, Cantelín. Lo cierto es que ambas ciudades, Oviedo y Gijón, Gijón y Oviedo, son libros que se leen con los pies; y que requieren una lectura apasionada la una de la otra y en ocasiones incluso divertida, tal como era la ligera pretensión de estas líneas dominicales.

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