Hay personas que encuentran placer en la insatisfacción cuando se trata de consumir contenidos. En lugar de frecuentar solo aquellos lugares donde pueden sentirse a gusto explorando propuestas que se lleven bien con sus intereses y afinidades se dedican a buscar áreas movedizas en las que la incomodidad resulta inevitable. Personas que, por ejemplo, detestan a un columnista –porque no coinciden en nada con sus ideas o detestan su estilo– y, aun así, siguen desayunando con lecturas que les queman la paciencia. O que escuchan a determinados comunicadores por los mensajes que arrojan desde sus púlpitos radiofónicos o televisivos. O que entran en las redes sociales a la caza y captura de hilos que cosan pensamientos que les hacen hervir la vista. O que son fieles seguidores de informativos con determinados sesgos ideológicos o programas de entretenimiento que inspiran todo tipo de comentarios hostiles, de rechazo e indignación. Habrá quien lo haga para contrastar puntos de vista y saber qué se cuece en ollas distantes, y eso está bien porque si solo se consume aquello con lo que se está de acuerdo la visión será monolítica y escasamente plural: insuficiente. Pero lo habitual es que ese afán por visitar lugares inhóspitos tenga su origen en la necesidad un tanto masoquista de calentarse la sangre con palabras antagónicas o azuzar las rabietas domésticas plantándose ante pantallas habitadas por personajes a los que poner a caldo con apostillas de cuña agria. La afición por las insatisfacciones buscadas y no impuestas –bastantes coloca ya la vida en el camino, puedes hacer tu propia lista– tiene fácil remedio. Muy fácil. Pasas de página. Cambias de canal. Esquivas los exabruptos en las redes sociales. Te sales de los grupos tóxicos de Whatsapp. Bloqueas la insatisfacción.
