Opinión

Recuerdos, amores y flores

En el inicio de noviembre

Como cada año comenzó noviembre con el día en el que los muertos no estuvieron solos, pese al frío vendaval del otoño reaparecido.

Tal vez estén casi marchitos muchos de los adornos florales que hace días colocamos allí donde tienen reposo eterno los nuestros. Entre las viejas tradiciones compartidas hay una fecha en particular en la que resulta casi imposible no acordarse de los muertos. Con tristeza renovada cuando hace poco que el ser querido se fue; con nostalgia cuando la tristeza primera dejó paso a la pena lejana; con recuerdo que reaviva lo bello vivido a pesar del pesar. El Día de Todos los Santos, 1 de noviembre, es entre los católicos practicantes o culturales un día para recuerdos, amores y flores.

La vida imperecedera, la memoria que perdura y la flor efímera y bella siempre han estado unidas a las ceremonias de la muerte. El deseo de perpetuidad estuvo presente en los enterramientos desde la edad de piedra. Bajo rocas, en lápidas grabadas con la historia del difunto, con la imagen o efigie, en bellos panteones o en discretos nichos, hasta en urnas variopintas se recoge la conmemoración de los fallecidos. Y ya en la más lejana prehistoria el ajuar funerario 10.000 años atrás guardaba huesos y restos de hierbas aromáticas. Los romanos en la pira fúnebre colocaban ramos y sobre los ojos del fallecido una moneda para pagar al barquero Caronte el viaje por la laguna Estigia.

Desde hace siglos las plantas, a las que se les fueron asignando cualidades, tuvieron utilidad práctica para camuflar el hedor de los cuerpos en rituales que duraban varios días de procesión y exaltación al finado. La corona florida circular vino a representar el continuo proceso del nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Cristo. Cada religión y casi cada pueblo tienen sus ritos. En México, con el sincretismo de creencias prehispánica y católica, el Día de los Muertos es a la vez festejo de la vida contra el olvido y exaltación de la familia; por eso hacen fiesta con maravillosos, coloridos y floridos desfiles, dulces y coquetas y huesudas Catrinas. La cremación hindú adorna el cuerpo antes de incinerarlo con telas y flores. En las necrópolis musulmanas, exentas o pegadas a las mezquitas, los cuerpos lavados y amortajados en algodón blanco reposan sobre tierra en dirección a la Meca salvadora con una lápida simple; ni incineración, ni monumentos, ni ornato porque el cuerpo resucitará.

El Día de los Difuntos es tradición en muchas iglesias cristianas, el Día de Todos los Santos es sagrado para los católicos en honor a quienes ya gozan de inmortalidad. Desde las catacumbas de la antigüedad, escondidas bajo las ciudades, se pasó a los enterramientos dentro o en la proximidad de las catedrales, iglesias y monasterios. Los cementerios extraurbanos fueron construidos para evitar posibles epidemias en las urbes sobrepobladas y sucias; crecieron con leyes expresas en el siglo XIX. Ellos son desde entonces lugares de peregrinación en días especiales para quienes allí tienen a los suyos. Algunos son tan bellos y monumentales y las tumbas de personalidades especiales tan visitadas que hasta se puede hablar de un turismo mortuorio. La extensión de la incineración ha provocado la dispersión de la conmemoración de los muertos. Sin embargo la cremación, admitida por la Iglesia Católica, recuerda que las cenizas deben permanecer en suelo sagrado, para evitar el desarraigo, ya que "enterrando los cuerpos [aunque sea en polvo] de los fieles difuntos, la Iglesia confirma su fe en la resurrección de la carne, y pone de relieve la alta dignidad del cuerpo humano como parte integrante de la persona con la cual el cuerpo comparte la historia" así que los columbarios en camposantos e iglesias se han integrado en los contemporáneos lugares de descanso de los restos mortales.

Al margen de historias viejas y nuevas formas de practicar la rememoración, los días 1 y 2 de noviembre, de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, son ese momento del año en el que los cementerios blancos, grises y negros se llenan de color, de vida, luces y grupos florales, donde se juntan familias, recuerdos y amores. Las flores efímeras que se llevan tienen un lenguaje especial. Las rosas bellas y perecederas son símbolo de amor perpetuo; los claveles, utilizados desde la antigüedad, son de admiración y homenaje; los lirios respeto, bondad, sinceridad; los crisantemos superación del dolor y esencia de sabiduría; la lealtad de las margaritas. Y así más.

Acostumbrados al carpe diem y a la huida de todo lo que perturbe nuestro eterno "mito de la felicidad" y la juventud eterna, antesala de la inmortalidad imposible, nos alejamos de la muerte y de la enfermedad; de la primera incluso adornándola de fiesta importada (Halloween), porque disfrazándola pretendemos preservar la alegría infantil o juvenil. Pero ellas son parte de la vida.

No debe imperar la tristeza el día en el que los recuerdos, los amores y las flores se dan la mano. Días después lo recordamos para que el poeta no lamente la desmemoria:

"¿Quién, en fin, al otro día,

cuando el sol vuelva a brillar,

de que pasé por el mundo,

quién se acordará?"

[Gustavo Adolfo Bécquer]

[Hallado, Daniel, coord. (2005). Seis miradas sobre la muerte. Paidós]

Suscríbete para seguir leyendo

Tracking Pixel Contents