Opinión
Réquiem por Gaza
Una masacre que nadie detiene
Todavía quedan personas vivas que recogen a sus muertos entre los escombros de Gaza, la ciudad milenaria fundada por los antiguos pueblos pelasgos miles de años atrás. De momento no han conseguido dejar a todos los muertos sepultados en los escombros.
Una noche tras otra caen bombas brutales sobre Gaza, una lluvia de fuego, mientras todos los habitantes del mundo occidental se afanan en sus asuntos cotidianos. Los representantes políticos occidentales –iba a decir líder, pero no hay nadie que merezca ese nombre– lo llaman guerra, pero ahí sólo vemos el exterminio de una población indefensa y una y mil veces derrotada.
Dos mil quinientos años de historia dedicados a discriminar el bien del mal, millones de libros sesudos y exhaustivos, una historia entera, tratando de domesticar a la bestia, definiendo el bien y el mal, señalando los límites de la conducta de los hombres y de los pueblos, tratando de impedir el holocausto, para nada. Se llegó a pensar que el holocausto nazi contra los judíos habría mostrado el límite de lo posible más allá de lo cual no se podía avanzar.
Sin embargo, en el siglo XXI, después de la pandemia mundial, de los aplausos en las ventanas, de la aparente evidencia de que los tiempos de la guerra y la amenaza de la destrucción habían pasado, entramos de nuevo en el infierno. A quién apelar ahora por la justicia. ¿Quién podrá ver con claridad la barbarie de Gaza? ¿Dónde está el tribunal que acusará y enjuiciará a los malos? No existe. Tendría que ser Dios, pero está del lado del poder. Nadie humano puede parar esta masacre. Estamos desamparados.
Es la era del poder absoluto. Nada hará justicia, nadie sabrá nada, muere la vida y la verdad. Una vez más, un estado definido en su constitución por una identidad nacional étnica descarga toda su potencia destructiva contra una población de diferente etnia, encerrada y maltratada dentro de su territorio como una raza inferior; es una limpieza étnica. Lo intentó la nueva Ucrania con las gentes del Este, pero allí se encontró con Rusia y se paró el genocidio previsto. Los palestinos no tienen nadie que les ampare. Occidente, en los dos casos, se ha puesto al lado del genocidio. Los medios blanquearán toda la barbarie. El silencio y el miedo, la mansedumbre y el engaño acallarán los estertores de la muerte bajo los escombros, y la vida seguirá.
Dicen que estamos en la era de la posverdad, pero no, estamos en la era del infierno. ¿Cómo seguiremos ahora devanándonos los sesos sobre qué es el bien, qué es la justicia, la verdad, con esa estela de muertos a nuestras espaldas? Nadie hará justicia en Gaza y ninguna justicia podrá recuperar tantos miles de vidas destruidas. Occidente avanza chapoteando en sangre, vísceras y escombros hacia la nada que un día fue llamada futuro, progreso y bienestar.
Pasará el tiempo y lo olvidaremos, volveremos a ver a nuestros "repelegantes" políticos, con sus cuerpos delicadamente esculpidos, a cuyo través se atisba, si uno se fija bien, la guadaña de la muerte y la oscura profundidad del abismo infernal, mostrándose benévolos y preocupados por las causas más inefables, como la agenda 2030.
Decir que en estos días asistimos al fin de la filosofía es ya una cursilería propia de lo desalmados que nos hemos vuelto. Hemos regresado a la condición animal sin circunloquios. Ya no existe el mal, ni el bien. Sólo la ley del más fuerte, la ley de la selva. Sálvese quien pueda, porque estamos desamparados en medio de la nada.
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