La noche del 6 de noviembre de 1975, gélida como la superficie de un témpano polar, quedó grabada a fuego en la memoria del asturiano Nacho Artime. Se cumplía su gran sueño, uno que ha albergado durante décadas: ver convertida la Gran Vía madrileña en una suerte de Broadway europeo, en un West End meridional. Esa noche se estrenaba en el teatro Alcalá-Palace la versión española de la ópera rock “Jesucristo Superstar”, cuya trascendencia se rememora estos días en un biopic televisivo. Artime y Azpilicueta habían adaptado al castellano los textos del original, de Tim Rice, bajo la sublime partitura de Andrew Lloyd Webber. Y habían convencido a Camilo Sesto para que desempeñara el papel protagonista y pusiera el dinero que garantizara la producción. Se habla de 12 millones de las antiguas pesetas, de las de hace casi medio siglo.
Ni los problemas con la censura, aún presente en los estertores del franquismo, con el dictador intubado -¿cómo no iba a escandalizar a la católica y apostólica España y a los Guerrilleros de Cristo Rey un Jesús de Nazaret roquero y hippy, dejándose acariciar por la Magdalena?-; ni los imponderables técnicos impidieron que el primer gran musical moderno del país fuera un éxito los meses que se mantuvo en taquilla. El impacto fue incalculable, incluso en el ámbito social. ¿Quién, por chavalete que fuera en esa época, no ha intentado al menos una vez en la vida emular el grandioso falsete de Camilo en la conmovedora “Getsemaní”?
Aquella noche gélida de noviembre del año de la muerte del dictador se puso fin, gracias entre otros a la cabezonería de Artime, a la España en blanco y negro. Hoy octogenario y siempre coqueto, sin haber visto aún el serial “Camilo Superstar” y saberse metido en el esqueleto de Vito Sanz, el actor que le interpreta, mi buen amigo Nacho, que alberga el mérito de haber traducido a Dios, solo apuesta por una frase: “Yo era mucho más guapo”.