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Opinión

Un cuento de Navidad

A Ismael, de regreso navideño a Asturias en tren tras un vuelo anodino con Swiss después de un trimestre largo y gélido de Erasmus en Roterdam, atravesar el túnel de la Variante de Pajares le pareció tan obtuso como dormitar, al modo de Jonás, en el vientre de una ballena. Salvo que los jugos gástricos de la oscura cavidad de ese grandioso cetáceo calizo eran asépticos, como bañados en desinfectante. Aquel tren olía a hospital reciente, a talco con notas de melocotón y madera. En su afán de hacer más llevadero el tránsito por el intestino excavado en la montaña primigenia, pensó que, al tratarse de un AVE en ciernes, más que una ballena aquel bicho asemejaba a un pelícano con un saco gular inmenso lleno de viajeros desprevenidos.

En un túnel sombrío como aquel, el paisaje era el pasaje. De manera que se impuso a sí mismo el ejercicio de descifrar quiénes eran sus compañeros de expedición más próximos. En el gesto circunspecto de un hombre trajeado que al salir de Madrid se había aflojado, como una liberación, el nudo de corbata, intuyó la identidad de un viceconsejero del Principado que regresaba de una reunión ministerial en la que se disputaba el futuro de más de dos mil empleos en Arcelor. Dos asientos más atrás, bajo la calva rala de un sexagenario imaginó las maquinaciones del cerebro de calculadora cuántica de un catedrático de Ciencias Exactas de la Universidad de Oviedo. En un veinteañero de estructura atlética que vestía vaqueros raídos, deportivas vintage y una sudadera de Nike creyó reconocer al primer fichaje invernal del Sporting.

Buscó alivio a la negritud del paredón en los auriculares inalámbricos que había adquirido en De Bijenkorf. Seguramente sabedor de la ansiedad despertada por el inminente retorno a la tierrina, el algoritmo de Spotify le regaló una lista de reproducción con viejas canciones de la Camaretá de Nuberu, socarronas letras de Los Berrones –“Vicentón, Vicentón, tabes bien trabayando de peón”-, algo de “La miel de las flores muertas” de Desakato y lo más reciente de Marisa Valle Roso y el ecléptico Rodrigo Cuevas.

Cuando el túnel escupió al tren y el convoy regresó a la luz en Pola de Lena, Ismael respiró aliviado: había sobrevivido a Moby Dick.

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