Opinión

Pétalos de rosa, plumas de gaviota... y los calcetines de Locke

La identidad de los grandes partidos y la obsesión de poder de sus dirigentes

Me pregunto si la navaja de mi abuelo es en verdad la de mi abuelo, cuando mi padre le cambió las cachas de palisandro y yo el rebajo, la cabeza, el muelle y la hoja de acero. Como aquella nave en la que volvieron desde Creta Teseo y los jóvenes de Atenas, a la que fueron cambiándole tablas, mástiles y velas. O el calcetín de John Locke al que le salió un tomate: el filósofo lo remendó, a un segundo agujero añadió otro remiendo, hasta que, tras sucesivos parches, el calcetín llegó a ser puro remiendo. El trío Los Panchos, de Chucho Navarro, Alfredo Gil y Hernando Avilés, cambió de componentes así de veces, y Basurto, que era un bebé cuando nació el grupo, llegó a ser esencia de Los Panchos. ¿Y qué decir de los ríos, que cambian de agua, de limo y hasta de cauce? Las células de nuestro propio cuerpo se renuevan por completo cada diez años, somos sucesivas copias de nosotros mismos.

No obstante, aunque hayan cambiado los materiales de la navaja, la lana del calcetín, las personas del trío, nuestro cuerpo y la forma y el fondo del río, la causa material de estos sujetos, que diría Aristóteles, la causa formal persiste: el diseño, el uso, el rumbo, las canciones...; el nombre y la función se mantiene, y también, esto lo digo yo, sigue vivo el propósito, el ente intrínseco, la inmanencia, el espíritu y la armonía de cada una de estas creaciones.

En cambio, los grandes partidos políticos, así conserven a los fundadores, al contrario que la navaja o Los Panchos, pierden su identidad, son barcos erráticos; la obsesión de poder en los dirigentes, que venden su alma a los ideales acomodaticios de Marx, de Groucho Marx, suelen conseguir lo contrario de permanecer: que no los reconozca Aristóteles ni la madre que los parió. Como diría Heráclito, nadie puede votar dos veces al mismo partido, aunque lo vote.

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