Opinión

Kafka no se nos perdió en Madrid

¿Debemos agradecer al destino que haya hecho a Kafka tan desdichado, pese a tener buenas razones (como su madre no dejaba de recordarle) para ser feliz llevando una vida convencional? Posiblemente sí, porque gracias a esa infelicidad, transferida a su literatura, el siglo XX, al mirarse en esta, puede ver su propio rostro, como si fuera el retrato de Dorian Gray. Quizás todo hubiera sido distinto si su tío Rudolf, alto gestor de ferrocarriles en España, lo hubiera traído con él, como el joven Franz soñaba, en lugar de afincarlo más aún en Praga al buscarle allí un buen empleo. Quién sabe si escapando en Madrid a las prisiones en que se daba tormento, o sea, familia, religión, Praga, empleo, desamor, se hubiera curado de su angustia íntima, que él colgaba en aquellas perchas. El riesgo de habernos quedado sin Kafka y sin motivos para celebrar ahora su centenario habría sido grande.

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