Opinión
Lo que queda de Cuba
Las largas décadas de derrota del pueblo cubano
Es como si nadie quisiera acordarse de hasta qué punto el castrismo es el mal para las buenas gentes de Cuba. Sigue la depauperación del pueblo cubano. Sobrevive en la angustia, a la deriva, sometido por un régimen procaz que anula toda disidencia y sigue en el poder a semejanza de un parque jurásico. Los cubanos que se rebelan van a la cárcel y ya ni tan siquiera pueden exilarse, prosperar y ser libres. Hace ahora tres años, en las revueltas del 11 de julio de 2021 a lo largo y ancho de Cuba, los cubanos salieron a la calle y una vez más fueron acallados con brutalidad por el poder castrista. Las protestas se repiten periódicamente entre cortes de energía, falta de alimentos y desconexiones de internet.
El castrismo sigue vegetando en la ruina parasitando a sus súbditos, sin más alternativa que la cárcel o el exilio. El ciclo es inexorable: protesta, represión, carestía. Playas desiertas, hoteles cerrados. Cárceles repletas. Hambre, farmacias sin fármacos. Tierra sin pan. Inflación sin límite. Homofobia institucionalizada.
Desde la revolución de 1958, con todo tipo de precedentes ilustrativos, Castro supo que el objetivo real no era liberar a los cubanos sino hacer imposible todo intento de evolución interna, abertura o transición. Quedan en pie los blogueros disidentes, las protestas en los pueblos que subsisten en la escasez. El Estado persigue inicuamente a las Damas de Blanco. Decaen el turismo y la explotación de caña de azúcar. Llega mucho menos petróleo chavista. El precio de la gasolina ha aumentado hasta un 500%. La Rusia de Putin hace negocios en Cuba.
La Habana va cayendo a trozos, convertida en madriguera de una manada de Tiranosaurus Rex. En su larga agonía, el comunismo cubano sigue agitándose con la moviola siniestra del siglo XX. Nazismo y comunismo son relatos que se entrelazan en la plenitud del siglo de las ideologías. En la Cuba hambrienta prosigue el inmenso derroche de dolor que generaron las ideologías del siglo pasado, con un balance de muertes sin precedentes que no facilita la pretensión de retirar los posos ideológicos de las filosofías.
Todo eso ya estaba en el libro "Mea Cuba", del gran Guillermo Cabrera Infante, algo más que un manual de disidencia y exilio. En la Cuba de Castro, como en todo proceso revolucionario, surgió la desconfianza por toda reforma pacífica y sedimentada. El terror policiaco era consecuencia estricta de la lógica de la revolución que anuló los derechos del hombre al poco de haberlos proclamado. Al hacer su anatomía de la revolución cubana, Cabrera Infante explica que Castro no llegó al poder, como se cree, gracias a Fulgencio Batista, entonces general honorario que jamás visitó siquiera una batalla: "Dio su tercer madrugonazo el 10 de marzo de 1952, solo tres meses de unas elecciones democráticas que nunca ganó y todos perdimos". Largas décadas después y con un totalitarismo agónico por en medio, los cubanos siguen perdiendo.
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