Opinión
Alain Delon, la lección de María y dónde está Wally
Dos fallecimientos singulares y la huida de Puigdemont
En una edición del Súper Pop (los que nacieron en los 70 saben a qué me refiero) apareció una foto de Anthony, el hijo de Alain Delon, que me quitó el sueño. Yo entraba en la adolescencia y era muy sensible a la belleza, masculinidad y aspecto de rebelde y malote macarra de Anthony. Eso fue antes de ver "El gatopardo" y de conocer a Alain Delon. Ahí supe que estaba asistiendo a un espectáculo de belleza infinita, atemporal y profunda. Algo un poco sobrehumano.
Nadie es tan bello como el actor fallecido esta semana, pero sí hay personas que, como él, tienen una elegancia innata. No tiene que ver con estar delgado, ser rubio, joven o viejo. Tiene que ver con una manera de estar, de moverse y de mantenerse ante cualquier situación. Hay gente extremadamente rica y que viste con las mejores marcas, pero que jamás podrá alardear de tener ese nosequé, esa cualidad que viene de dentro. Recuerdo a un hombre sintecho que pasaba los días leyendo libros en un banco cercano a mi casa. Su manera de doblar la manta, cómo se colocaba las mangas de la camisa y su forma de sentarse, cruzar las piernas y coger un libro irradiaban más dignidad y estilo que la mayoría de los que tenemos un lugar donde dormir.
Esta semana también ha muerto María Branyas. Vivía en Cataluña y, con 117 años, era la persona más longeva del mundo. En sus entrevistas y vídeos sonreía, miraba a los ojos y era agradecida. Agradecimiento, divino tesoro. Cuando le preguntaban qué había hecho para vivir tanto decía que no fumaba, que tenía buena genética y que no había hecho ninguna dieta especial. Defendía el orden, la tranquilidad, la estabilidad emocional, el contacto con la naturaleza y estar bien conectada con sus familiares y amigos. Le gustaba el piano y adoraba a su perra porque vivía el presente. A los animales no les atormenta el pasado ni se preocupan por el futuro. Están aquí y ahora. Ella intentaba no preocuparse, alejar los remordimientos y, sobre todo, se distanciaba de las personas tóxicas. "Aléjense de las personas tóxicas", afirmó. Amén.
La señora Branyas declaró que comenzó a oír mejor cuando se volvió sorda. Porque escuchaba la vida y no el ruido. Leyó la prensa y se mantuvo atenta a la actualidad, hasta que se cansó de las decepciones provocadas por políticos omnipresentes en las páginas de cualquier periódico. La sabiduría de María Branyas se basaba en el sentido común, en dar importancia a lo valioso y en conectar con lo esencial de la vida.
Su decepción por la clase política es generalizada. Han pasado dos semanas de la tocata y fuga de Carles Puigdemont. Entró en el país, se paseó por las calles de Barcelona, dijo lo que quería decir, habló de represión y de opresión y se fue por donde había venido. Wally volvió a Bélgica para esconderse y seguir creyéndose Gandhi. A mí me recuerda a un niño enrabietado desesperado por llamar la atención y creo que hay que tratarle como haría una madre inteligente: ni caso. Ser cobarde es una actitud poco elegante. Y su peinado, por cierto, también.
Alain Delon nos deja huérfanos de belleza. María Branyas de sabiduría. Y Wally pasará sin pena ni gloria.
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