Broncano y Motos

Broncano y Motos, Motos y Brocano, se han convertido, a lo mejor sin pretenderlo del todo, en el eje de la banalidad política, algo que tratándose de este país adquiere un gran mérito precisamente por la abundancia banal. Poco o nada tengo que decir sobre las virtudes y los defectos del late show de cualquiera de estos dos personajes porque apenas he visto lo que hacen y además no tengo ganas. Por ahí no me pillan, igual se tata de dos magos de la comunicación y del entretenimiento y no me he enterrado: lo siento mucho. Si sé que uno de ellos, auspiciado por el Gobierno y los recursos de todos, el otro, por la derecha, que ve en él un ariete contra Sánchez, ocupan un plano preferente de la disputa política. Dan ganas de exiliarse.

A partir de ahora, además de la brújula sectaria del CIS, habrá que seguir también los rankings de audiencia de Motos y Broncano para ver cómo respira la conversación pública de este país. El Hormiguero y La Revuelta, parece ser, calibran los estados de una opinión polarizada. La escasa exigencia democrática en los asuntos verdaderamente importantes no nos puede sorprender cuando la respuesta militante se basa en este tipo de reclamos. El debate resulta tan estrecho en su concepto intelectual y tan manipulado que el liderazgo de las audiencias obra en manos de dos cómicos de la televisión, si es que se les puede llamar así.

La extensión del relato de la Moncloa lo tenemos con Broncano, que suma adeptos y dispara su número para hacerle frente a Motos, señalado como adversario por el mismísimo presidente del Gobierno. Para comprobarlo tendríamos que remontarnos en la historia de las televisiones pero no me parece que exista un precedente, al menos en las sociedades civilizadas, en el que el parlamento se haya trasladado semanalmente a los platós televisivos. Por algo Sánchez ha dicho que está dispuesto a gobernar al margen del poder legislativo. Ha decidido hacerlo con Broncano.

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