Opinión
Americanos
No hay razón para que una trilogía tenga un solo autor, ni una intención artística o argumental común. Basta con que bajo los tres productos haya una conexión, una coherencia, un bastidor. Para los europeos, que nos limitamos a intentar copiar sus modos, sus prácticas, su aparato escénico, el espíritu norteamericano ha sido siempre enigmático. Sin embargo, aunque lo sea en el núcleo íntimo de la conciencia, resulta muy visible en la imagen especular de Hollywood, a la que llegan los reflejos de aquella. Hay tres filmes que dan cuenta bien de ella: American Beauty (Sam Mendes, 1999), American Psycho (Mary Harron, 2000) y American Gangster (Ridley Scott, 2007). Las tres exploran modos distintos de relacionarse su alma colectiva con las capas profundas de la conciencia, en las que vive disuelta la violencia, como el mercurio en las aguas de los océanos (Atlántico y Pacífico en este caso).
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