Opinión

Un viaje en autobús por tierras de Benín

De Cotonou a Parakou sin perder la calma ni el sentido del humor

Según el lugar del mundo en el que estés, hay que partir de una premisa diferente a la que estamos habituados: la distancia de un punto a otro no se mide en kilómetros, sino en el tiempo que te lleva hacer ese recorrido, y eso depende de algunas variables que no siempre están bajo nuestro control y condicionan que llegues horas antes o después.

En este caso, nuestro destino era Nikki, en el norte de Benín, a unos 500 kilómetros de Cotonou. El viaje lo hacíamos en autobús hasta Parakou, a poco más de 400 kilómetros; una vez allí, nos recogerían en coche y nos llevarían a Nikki. Mi compañera de viaje, Diana, me había dicho que estaríamos llegando a Parakou sobre las 13.30; así que yo hice mis cuentas, y partiendo de que salíamos sobre las siete, unas seis horas y media de viaje, lo normal para estos entornos.

La primera parada fue en Porto Novo (la verdadera capital de Benín), situada a poco más de treinta kilómetros, a donde llegamos una hora más tarde. Allí esperaban unas cuantas personas, y la cantidad de equipaje que había que meter en el autobús no se correspondía con el número de pasajeros, y mucho menos parecía que pudiera tener cabida en los maleteros del autobús. Pero a estas alturas y después de más de treinta viajes por África, ya sé que lo que a nuestros ojos parece imposible, para ellos no lo es, y efectivamente, los bultos desaparecieron por arte de magia.

En el exterior de la estación de Porto Novo, varias mujeres ofrecían comida para el viaje: pan, buñuelos, frutas, cacahuetes, plátano frito, etc. Lo exhibían en grandes recipientes que llevaban sobre sus cabezas y unas a otras se ayudaban para ponerlos en el suelo y hacer la venta de forma más cómoda.

Cuando salimos de allí, eran las 8.30, y tomamos rumbo a nuestro destino, situado a unos 350 kilómetros. Enseguida una chica de la compañía Baobab de transportes nos advirtió de las normas a seguir: la primera y fundamental, el cinturón de seguridad. En este caso se trataba de un cinturón como el de los coches, que protege el torso y la cintura. El mío estaba especialmente duro, me aprisionaba contra el asiento de tal manera que intentaba aflojarlo introduciendo la mano en la parte superior para liberar la presión sobre el pecho.

Aunque sabía la respuesta de antemano, le pregunté igualmente a Diana si el autobús disponía de baño, y, por supuesto, me dijo que no, que a lo largo del camino se harían algunas arrête-pipi, para que la gente haga lo que pueda o necesite.

No había pasado más de media hora, cuando el coche se paró más de diez minutos, y pensé que era demasiado pronto para hacer una "parada de pipi". Arrancamos de nuevo, y otros cuantos kilómetros más allá volvió a detenerse. Pasan más de quince minutos y salimos, porque hay mucho calor adentro. Justo en el hueco de salida hay un asiento auxiliar, que han habilitado para poner una gran maleta; eso hace que el espacio para bajar por las escaleras quede reducido a poco más de treinta centímetros, por los que tenemos que arrastrar el cuerpo de perfil, aguantando la respiración. Han pasado cuatro horas desde que salimos de Cotonou y pienso que es el momento de aprovechar para aliviar la vejiga. Busco un lugar recogido entre las cañas de maíz, y muy cerca de mí, un muchacho está haciendo lo mismo, y la tierra, que no discrimina ni entiende de diferencias, recibe del mismo modo mi orina que la suya.

Todavía esperamos un rato más antes de volver a subir al autobús. Por fin nos ponemos en marcha y un chico sale al pasillo para ofrecer su peculiar mercancía. Me recuerda el Duty Free del avión en los viajes largos. El muchacho empieza con un jabón de karité, que cura cualquier cosa que se tenga en la piel, desde granos hasta heridas, desde picaduras hasta enfermedades más complejas. Luego, sigue con una pomada para dolores de cualquier tipo: articulares, de cabeza, no importa el lugar donde esté el dolor ni su naturaleza. Después, muestra un ungüento que sirve para las conjuntivitis, las cistitis y otras enfermedades de las zonas pudendas, lo cual me sorprende un poco, pero lo remata con una botella que lleva raíces en su interior y dice que es muy apropiada para la debilidad y la eyaculación precoz. Si bien no tuvo mucho éxito en general, con este último, como comprenderéis, menos aún, a ver quién es el guapo que lo compra y se expone a que todo el autobús se entere de su problema. El chico sigue ofreciendo alguna cosa más, hasta que acaba todo lo que lleva en la bolsa. Es evidente que las necesidades e intereses de la gente de aquí no están en perfumes y fruslerías, sino en otro tipo de necesidades. Detrás de este joven, aparece otro que ofrece yogur y sándwiches apretujados en un recipiente de plástico.

De nuevo volvemos a parar. Vemos que le están metiendo agua al motor y hay quien aprovecha para aliviarse, algunos a dos metros del autobús. Para entonces ya sabemos que el autobús tiene algún problema y comentan que hoy no hemos tenido suerte, que la compañía es más cara que otras y que mira cómo vamos y a saber cuándo llegaremos, pero todo el mundo lo vive con mucha calma y resignación.

Volvemos a subir. Diana mira el Google Map y me dice que faltan 150 kms., y que llegaremos en hora y media. Claro que la información de esta aplicación no se puede aplicar de la misma manera por estas latitudes. Aún así, en ese momento el autobús parece ir más rápido. Son casi las tres de la tarde, así que llevamos siete horas viajando.

Después de la tercera siesta, Diana me dice que solo faltan 29 kilómetros. Han pasado nueve horas desde que salimos de Cotonou, pero ya vemos el final, nuestro destino está ahí mismo, así que estamos contentas. Un poco más adelante, sentimos una sacudida y un ruido seco, y después, como si hubiésemos topado con una piedra que arrastrábamos en el bajo del autobús con un sonido metálico. Paramos de manera brusca y Diana me dice que hay una moto tirada al costado; así que hemos tenido un accidente. Salimos todos afuera y vemos un charco de combustible, el autocar inclinado, varias maletas esparcidas por la carretera, y donde antes hubo una rueda, un hueco enorme: hemos tenido un reventón, hemos llevado una moto por delante…, pero, dichosamente, no ha habido heridos. Pensamos en todo lo que pudo pasar y nos sentimos afortunados; además, estamos a solo tres kilómetros de Parakou. En cuanto pude, cogí la maleta que salió un poco maltrecha y esperamos al coche que venía a recogernos para llevarnos a Nikki. Llegamos pasadas las ocho de la noche. Es evidente que aquí no puedes calcular el tiempo en función de la distancia, pero lo importante es no perder la calma ni el sentido del humor.

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