Opinión
Por qué escribir
Tras la decisión del escritor Fernando Aramburu de dejar de firmar artículos de opinión
Hace unos días, Fernando Aramburu publicó un artículo en "El País" en el que anunciaba su "Despedida" de las páginas de opinión de ese diario, en las que llevaba escribiendo, una vez a la semana, desde abril de 2022. Dos años y medio en los que hemos salido de una pandemia, hemos vivido guerras, masacres, catástrofes naturales, el ascenso definitivo del populismo, la mediocridad de la clase política, el resurgir del totalitarismo, la propagación de los bulos y las fake news, la consolidación del negacionismo del cambio climático, el empequeñecimiento de Europa como actor global y un sinfín de acontecimientos, y circunstancias, que hacen de este un mundo en el que cuesta levantarse.
En el artículo, Aramburu justificaba su decisión asegurando que sus "opiniones se asemejan cada vez más a un paraguas abierto en medio del huracán". Una sensación que comparto con el autor de "Patria", y así se lo hice saber en cuanto lo leí. En el mensaje que le mandé, al que contestó de inmediato, le trasladé mi admiración, por su honestidad y elegancia, y por su capacidad para describir un sentimiento que me ronda desde hace semanas, amenazando con embargarme y paralizar, así, mi trabajo.
¿Por qué escribir?, ¿para qué?, ¿con qué propósito?, ¿de qué sirve?, ¿son mis palabras útiles? Esas preguntas, y alguna más, me hice esa mañana, y durante el resto del día, hasta que llegué a casa. Tenía, entonces, que ponerme a escribir. Es mi oficio. Pero no podía. Era incapaz de articular una sola frase.
Digo articular porque, antes de teclearlas, o anotarlas, las pronuncio en ese espacio de dimensiones incognoscibles que es la mente. Me escucho, y luego lo escribo. Es decir, antes de hablar, pienso. Extraordinario, ¿verdad? Ante mi incapacidad narrativa transitoria, recurrí a los libros, de otros. No soy la primera, ni la única, autora que se plantea esas cuestiones, el sentido de mi escritura.
En 1946, George Orwell publicó el ensayo "Why I Write" (Por qué escribo), donde aportaba cuatro argumentos: "puro egoísmo" (reconocimiento), "entusiasmo estético" (la capacidad de las palabras para reflejar la tragedia del mundo, pero también su belleza), "impulso histórico" (la utilidad futura de lo escrito en el presente) e "intención política" (la aspiración de cambiar las cosas, y las opiniones).
Treinta años después, Joan Didion tomó prestado ese título del creador de "Rebelión en la granja" para una charla reconvertida en artículo en el libro "Lo que quiero decir" (Random House, 2021). "En muchos sentidos la escritura es el acto de decir yo, de imponerse sobre otros, de decir: escúchame, ve esto como yo lo veo, cambia de opinión. Es un acto agresivo, incluso hostil. [...] Poner palabras en papel es la táctica de un acosador secreto, una invasión, una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector", reflexionaba la autora estadounidense, que terminaba confesando: "Escribo estrictamente para averiguar qué estoy pensando, qué estoy mirando, qué veo y qué significa. Para averiguar lo que quiero y lo que me da miedo".
En otro libro de título con inspiración orwelliana, "Por qué escribo" (Xordica, 2013), Félix Romeo aseguraba que lo hacía, escribir, porque era "diferente", "para ser diferente". ¿Y yo? He de confesar que nunca pensé que llegaría a escribir una novela, y ya van (casi) tres. Los escritores eran, para mí, seres extraordinarios, mitológicos. Me conformaba con leer. Pero no como premio de consolación. Leía porque así formaba parte, de algún modo, de ese lugar en el que ellos vivían, inventado, para que otros pudiéramos vivir. Hasta que comencé a escribir. No por imitación. Por necesidad.
En todo este tiempo, ha habido reportajes y artículos, muchos. Entrevistas, otras tantas. Varios libros, relatos. Desde hace años, soy ciudadana de pleno derecho de ese territorio asombroso. Y, pese a la sucesión de desgracias, personales, como la enfermedad o la muerte de seres queridos, y colectivas, como que en el país más poderoso del mundo prefieran como presidente a un racista, machista, convicto antes que a una mujer, no pienso renunciar a esa nacionalidad. Gracias a ella, me tolero más e incluso intuyo la felicidad, a ratos, a lo lejos. Sigo empeñada, ahora más que nunca, en hacer de este mundo, a través de las palabras, un lugar más habitable. Por eso escribo.
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