Opinión | Culpa y dolo

Resentimiento interminable

La peste del resentimiento interminable –a la que se refería uno de los más grandes filósofos europeos vivos, Peter Sloterdijk, autor de "Crítica de la razón cínica"– es esa lucha política que pretende cobrarse los réditos de una tragedia aterradora.

En España, la política padece un exceso enfermizo de competencia y se hace con un relato partidista, ingenio que se ha adueñado de la conversación pública y forma parte del repertorio incesante de quienes, valiéndose de la propaganda y el ataque sistemático al adversario, compiten por un veredicto popular favorable.

En un tiempo en que la realidad objetiva y los hechos son secundarios y la autocracia y el populismo se sienten impunes, es cuestión de quién controla la opinión pública y los marcos mentales de pensamiento. Ahí está la hecatombe de Valencia para acreditarlo.

Resultó extraña la ausencia del presidente autonómico, inmerso en un almuerzo injustificable; el amago de avenencia entre gobiernos, que reflejó la televisión; la dolosa inacción que antepuso el rédito político y la activación de la calle, para descargar toda la responsabilidad en quien no quiso dar explicaciones.

El resentimiento es interminable cuando no cicatrizan heridas que se reinfectan indefinidamente. Este fenómeno, presente en la historia de esta España, cada día más goyesca, sigue vigente en la vida política, que adolece de un exceso enfermizo de competencia, acompañado de una crítica orfeónica al desempeño de los políticos.

---

Han transcurrido dos semanas y los parlamentarios, por fin, se han reunido. En el Congreso de los Diputados, sin la presencia del presidente del Gobierno ni del líder de la oposición. En las Cortes valencianas oyeron, con inocultable escepticismo, al presidente del Ejecutivo regional hacer un relato, exculpatorio, insuficiente. No es posible la redención pero tampoco es justa la culpa exclusiva.

El único modo de escapar del resentimiento es comprometerse con una causa real: la prioridad de la reconstrucción, con lealtad institucional, sin la que es imposible que funcione un Estado democrático, con una estructura muy descentralizada.

Pero ahora lo urgente es aplazar relevos institucionales con contraindicaciones severas; comicios calientes para refuerzo del relato y querellas valencianas.

---

Para un informe de primeras impresiones, hay que acudir a Voltaire: "Debemos respeto a los vivos, a los muertos sólo la verdad".

Hay quienes murieron por falta de obras públicas ya planificadas –que nunca se realizaron– o por cauces llenos de cañas y maleza –que no se limpiaron a tiempo– y aquellos que esperaron un socorro que no llegó

A pesar de conocerse la magnitud devastadora, un oportunista cálculo político –con la insana intención de que el adversario se hundiera en el barro– se tradujo en negar la emergencia nacional o el estado de alarma.

En el decreto de las ayudas, se incluye la expresión "emergencia nacional", no para tomar el control y la dirección de la gestión de la catástrofe, sino para justificar la prórroga del nombramiento del DAO (director operativo de la Policía) "que debe seguir en el cargo porque hay una emergencia nacional".

Una frase lamentable, por tacticista: "Si quieren ayuda que nos la pidan", es prueba de cargo de que el objetivo real no habrían sido las víctimas, sino hundir al insolente ganador de unas elecciones que desalojaron del puesto de mando a los ingenieros del pacto del Botánic.

El gobierno regional, que no quería perder el mando único, no lo ha pedido nunca, tampoco el jefe de filas de la oposición que, poco después, se apuntó a esa demanda, como modo de cuestionar la política gubernamental, sin que sus conmilitones regionales le secundaran.

Frente a la unidad de opinión –que exhibe con pericia la biosfera sanchista– la proverbial cacofonía de la oposición que, a caballo entre lo ético y lo estratégico, expresa distintas posturas: los partidarios de la abdicación del baranda regional y los que exigen dimisiones en la Corte.

---

En una partida de cartas entre un jugador de ventaja –el mal sin mezcla de bien alguno– y un caballero, es el primero quien lleva siempre las de ganar. En esta ocasión, quienes tenían el control de la sartén –y del mango– se han servido de la ventaja de la información por lo que pudiera pasar. Y finalmente pasó.

De nuevo, la derecha ha vuelto a perder el relato comunicativo de los hechos, sempiterno déficit político encadenado a la vistosa coreografía de sus oponentes.

La plegaria, repetida de forma incesante, "todo era evitable", omite una coda indispensable que permita entender que se podría haber evitado, si aquellos que impugnaron el Plan Hidrológico Nacional no hubieran mostrado un sectarismo impenitente, sin mencionar las jactancias del inmarcesible procés.

---

A la espera de explicaciones que no llegan, en su manejo del relato para establecer las causas del desastre: las que precedieron a la inundación: no avisar a tiempo a la población; las posteriores: retraso en la llegada de ayuda; las más remotas en el tiempo, imputables a Gobiernos anteriores (estatales y autonómicos): no hacer infraestructura hidráulica ni limpiar cauces.

El establecimiento de responsabilidades (por la omisión de socorro de unos y la dejación de funciones de otros), susceptibles de llegar a ser objeto de actuaciones judiciales –culpa versus dolo– activó el resentimiento una vez más.

Todos llegaron tarde a todo. Entretanto, unos y otros se han cobijado tras la talanquera de la compleja realidad, esa que impide la autocrítica.

Como figurantes, los que queman en la pira de sus discursos a los negacionistas del cambio climático y se han desentendido de la ejecución de las obras hidráulicas programadas que podían haber amainado los efectos de la riada.

La naturaleza de la hecatombe y las decisiones inmediatas, dejan preguntas pendientes: ¿Se trataba de una emergencia que afecta a toda la nación o se quiso negar la evidencia real de lo que había pasado? ¿Por qué el ejército permaneció en los cuarteles, cuando se trataba de un suceso afrontable con los recursos de que disponen las Fuerzas Armadas?

---

El transcurrir de la vida me ha llevado a la conclusión de que el manido "relato" no deja de ser un camelo. Cuando fui infante preguntón, a mi padre –que en gloria esté– le oí hablar de las "camelancias", engañar adulando.

"La gachí que yo camelo/está llenita de lunares/hasta las puntas del pelo".

Una vez más, la izquierda gana el relato. Lo que siempre fue requiebro y seducción, la ávida semántica lo ha camuflado. De modo que me quedo con el discernimiento de Arcadi Espada: "Patraña con la que se oculta la verdad".

Con una pregunta final: ¿es el dichoso relato una pieza para la supervivencia o un agujero negro para el ejercicio del poder?

Tracking Pixel Contents