Opinión
Vamos a morir todos
La tercera guerra mundial
Si hay una tercera guerra mundial, la cuarta se disputará con palos y piedras. Lo dijo Albert Einstein, parafraseado no hace mucho por Vladimir Putin, que tiene nombre de vampiro y mirada glacial de antiguo coronel del KGB. Además de eso, el presidente ruso lleva un tiempo amagando con utilizar la bomba atómica si la OTAN insiste en sostener a Ucrania.
Tampoco hay por qué ponerse a construir ya un refugio antiatómico en el garaje. El propio Putin añadió, tras citar a Einstein, que el temor a un exterminio mutuo y la "paridad estratégica" entre las grandes potencias militares han evitado hasta ahora un conflicto nuclear. Y eso, en su opinión, "debe contenernos" a la hora de tomar decisiones "extremas o peligrosas". Lo mismo que te digo una cosa, te digo la otra.
Volver a la Edad de Piedra –y palo–, según el sombrío pronóstico de Einstein, no parece en todo caso la más confortadora de las hipótesis. Cuando ya le habíamos perdido el miedo a un ataque preventivo de la URSS, la invasión rusa de Ucrania nos trae ahora de vuelta ese viejo fantasma de la guerra fría.
Los nórdicos, que son una gente organizada, se han tomado la amenaza en serio y ya están adoptando disposiciones al respecto. Los gobiernos de Suecia, Noruega y Finlandia reparten estos días a sus ciudadanos unos folletos con instrucciones para que se protejan en caso de que a Putin le dé la ventolera.
Son en su mayoría previsiones para un ataque con armas convencionales, quizá porque la defensa frente a una bomba de muchos megatones resulta tan inimaginable como difícil de afrontar.
Mucho más relajadas o menos alarmistas, según se vea, las autoridades españolas no han imitado por ahora estas medidas de precaución. Parece lógico. Aquí no sabemos prever mareas negras ni riadas, que a fin de cuentas son catástrofes más módicas que una guerra nuclear; aunque tampoco es seguro que hubiese demasiado que hacer en este último caso.
España no estaría, eso sí, entre los primeros objetivos de la cohetería rusa, que a fin de cuentas hay mucho ruso avecindado en la Costa del Sol.
Si hemos de creer al canal Rusia 1, que habla por boca del Kremlin, los misiles apuntarían de entrada a Londres, París, Berlín, Praga y Varsovia. Los países del sur de Europa no figuraban en el mapa exhibido en la tele, si bien esto no constituye gran alivio. Seguro que algo de lluvia radiactiva habría de caernos con explosiones tan cercanas. Y a ver quién se comía después la cosecha de pimientos mutantes de Padrón.
Aunque suene paradójico, tranquiliza un tanto saber que dentro de poco gobernará en Estados Unidos el explosivo Donald Trump, que se lleva bien con Putin y ha prometido arreglar el asunto en un santiamén. Todo lo malo será que se trate de una folie à deux o locura compartida: esa forma de psicosis en la que una pareja de individuos se retroalimenta entre sí.
Ignorando ese consuelo, los más cenizos insisten en que vamos a morir todos: y por una vez, llevan razón. Lo haremos incluso sin necesidad de una guerra atómica.
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