Opinión

Un compromiso para caminar juntos

La invitación a la corcordia de la Constitución de 1978 a la luz de las enseñanzas de Cervantes

Constitución española

Constitución española / PABLO GARCIA

El Colegio de Abogados de Oviedo celebró el pasado miércoles un homenaje a la Constitución. Este texto es el discurso que su decano, Antonio González-Busto Múgica, pronunció durante el acto

Como a tantos lectores del Quijote, nunca me ha preocupado demasiado conocer el lugar de la Mancha de cuyo nombre Cervantes prefirió olvidarse.

Siempre me ha interesado más la vida de los muchos personajes que intervienen en el relato y, por encima de todo, el extraño, sorprendente y apasionante viaje de Don Quijote y Sancho.

De Don Quijote ha escrito Antonio Barnés Vázquez, en una obra de lectura muy recomendable y que lleva por título "Nuevo humanismo para la era digital", que "…es paradigma de la libertad personal, de la capacidad del ciudadano de influir en el curso de la historia".

Efectivamente, para hacer historia, para protagonizar una historia propia, para deshacer entuertos y ayudar a los menesterosos; en definitiva, buscando su gloria en la justicia, Don Quijote abandona la comodidad de su hacienda y "…una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio (…) por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo" , que no era otro, nos dice Cervantes, que el aumento de su honra y el servicio de su república.

Pronto repara en que no puede afrontar su empresa sin ser armado caballero y consigue su propósito, entre las burlas de los que allí estaban, en una venta que se le apareció en el camino iniciado.

El ventero le ordena caballero y le sugiere que regrese a su lugar a proveerse de dinero y de camisas, de bienes materiales, antes de proseguir su viaje ilusionante, lo que movió a Don Quijote a "…volver a su casa y acomodarse de todo y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería".

He aquí un primer dato para la reflexión. El primer viaje de Don Quijote es muy breve. No puede caminar solo. Debe buscar quien le acompañe, quien le ayude. Alguien con quien compartir su vocación y que aparece representado como su contrapunto.

Dice Salvador de Madariaga que, inicialmente, "[D]on Quijote es un caballero valiente e idealista. Sancho es un bellaco positivo y cobarde"; por más que el mismo Madariaga desdeñe esta simplificación y reconozca a ambos personajes como "…dotados de abundantes bienes de razón, intelectuales en Don Quijote, empíricos en Sancho" que se traducen en dos ilusiones diversas: la gloria buscada por Don Quijote es de carácter amoroso, simbolizada en Dulcinea, mientras que la de Sancho es de carácter material y se concreta en la posesión y el gobierno de una ínsula.

Una enseñanza del Quijote que siempre le viene bien a la España doble, dividida y tan secular como triste e innecesariamente enfrentada: no es posible entenderla, ni quererla, sin aceptar que sobre ella existen visiones diferentes que deben encontrarse

Caminando con ambos personajes, escribe Ortega y Gasset en sus "Meditaciones del Quijote", "…venimos a la comprensión de que las cosas tienen dos vertientes. Es una el ‘sentido’ de las cosas, su significación, lo que son cuando se las interpreta. Es otra la ‘materialidad’ de las cosas, su positiva substancia, lo que las constituye antes y por encima de toda interpretación".

Las dos vertientes de España. La que ilusiona, proyecta, busca construir un futuro mejor; y la preocupada por lo diario, por su subsistencia, por lo material. En ningún caso incompatibles y sí complementarias.

Julián Marías, el más reconocido discípulo de Ortega y Gasset, dejó escrito que "[N]adie tan español como Cervantes. Nadie puso en sus libros tanto de la realidad de España, la efectiva y la soñada –que es igualmente real–. En rigor, la obra de Cervantes más que una obra literaria al uso es la expresión de España misma. (…) La obra cervantina está hecha de España como de un material, y al leerla nos parece ir absorbiendo la sustancia misma de la nación. Y a la inversa: Cervantes ha impreso en España su sello personal, para siempre. A pesar de tantas cosas, tantos dolores y fracasos, tantas empresas, tantos cambios, la España en que vivimos es la España cervantina. Nada de lo que escribió nos es ajeno; nos reconocemos en su visión inexorable y cordial. Cervantes lo vio todo, pero lo vio con amor, como los hombres de la generación del 98, como Ortega, como tantos españoles de nuestro tiempo a quienes nadie podrá quitarles el "dolorido sentir".

Hay también en el Quijote una reflexión más profunda y de carácter antropológico, que sigue a la primera y que guarda relación con los diversos caracteres y ambiciones de Don Quijote y Sancho.

Pese a sus evidentes diferencias de extracción social, culturales, de percepción de la realidad, de modo de enfrentarse a las dificultades de la vida o de disfrutar de los gozos y satisfacciones que procura la existencia, Don Quijote y Sancho caminan juntos, avanzan, confrontan opiniones, se escuchan uno a otro, prestan atención a todos a quienes encuentran en su camino y, sobre todo, dialogan; protagonizando un proceso en el que terminan por ser una realidad única, hasta el punto de que no es posible entender a Don Quijote sin Sancho, ni a éste sin aquél.

Es ésta una enseñanza del Quijote sobre la que no me consta que se haya escrito, pero que pienso que siempre le viene bien a la España doble, dividida y tan secular como triste e innecesariamente enfrentada. No es posible entender España, ni quererla de veras, sin aceptar que sobre ella existen visiones diferentes que deben encontrarse.

Cervantes, a través de Don Quijote y Sancho, nos enseña a caminar y avanzar juntos, a escuchar, a dialogar y a fundirnos en una realidad única que yo identifico con la gran nación que es España.

Cuatro siglos después, esa enseñanza cervantina se reproduce en la invitación a la concordia que se contiene en la Constitución de 1978.

Sus preceptos son una exhortación a entregar lo mejor de nosotros mismos para ser partícipes de la grandeza de una enorme obra colectiva, partiendo de la proclama que suponen los cuatro principios que se enuncian en el primero de sus artículos: libertad, justicia, igualdad y pluralismo político; convertidos en las cuatro columnas sustentadoras de un estado de Derecho social y democrático.

Social por la subordinación de cualquier interés particular al interés común, el de todos, el de la nación. Y democrático por el reconocimiento de que la soberanía nacional reside en el pueblo y por la primacía del imperio de la ley como justa expresión de aquella soberanía.

La obra de Cervantes nos enseña que no es posible caminar solo. Lo intentó Don Quijote, quien pronto debió regresar a su pueblo a buscar ayuda para afrontar su empresa, hallándola en alguien muy distinto, pero cuya compañía hizo posible su aventura y la enriqueció.

Con frecuencia es el otro, el diferente, el vecino menos esperado quien favorece y hace posibles los proyectos personales, de difícil acometimiento en soledad. Por eso nadie debe ser excluido, ni apartado, porque cada uno de nosotros tiene un papel que representar en la obra común.

Se trata de que lo ilusorio y lo material, las distintas visiones de España, pueden fundirse de manera armoniosa, pero para eso es necesario mucho respeto, mucho diálogo, mucha escucha cargada de interés, una esperanza compartida y el deseo de caminar, de no detenerse, de avanzar y de querer a una Constitución que permitió iniciar una etapa luminosa que debe serlo de unidad en pro del bienestar y de la prosperidad comunes.

Hoy es el tiempo de mantener nuestro compromiso con la Constitución. Por ser la nuestra. Por ser española.

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