Opinión

"Monchu" y la sidra

Memoria de Juan Ramón Pérez, ilustre sidrero de Teatinos

Lo poco que sé de la sidra se lo debo al paladar de Juan Ramón Pérez, “Monchu” en la memoria de los trabajadores más veteranos de esta casa, “Payarón” para los parroquianos de los chigres de Teatinos, al que un aneurisma la apagó el corazón a los 68 años, haca ya casi una década. A mi llegada a Asturias a finales del pasado siglo, “Monchu” me llevó de la mano, cada noche tras el cierre, a tomar la última al “Cantábrico”, mientras Severo barría el serrín, ya ayuno de clientes. “Toni, pon dos castañuques”, vociferaba el compañero maquetador desde el umbral. Y el camarero, servicial, extendía un manto de cabrales sobre el pan y coronaba el pincho con una anchoa. Cada noche caerían, al menos, dos botellas de sidra. Y así, durante años.

La última que vi a “Monchu” antes de su fallecimiento, fue en Gijón y vino a comer conmigo y con Julio Puente, que era un referente para él como para muchos de nosotros. Ya andaba de médicos y se intuía desahuciado, mas sin perder la compostura ni la burlona socarronería. Puente le preguntó por sus dolencias y él respondió como siempre, con su proverbial humorada: “Pssse… El otro día fui a la doctora y me preguntó si estaba bebiendo. Le respondí que algo de sidra sí bebía”. “Cuánta”, inquirió ella. “Seis o siete”, respondió él. “¿Culinos?”, insistió la facultativa, escandalizada pues le había prohibido taxativamente el alcohol. “¿Culinos? Botelles, señora… No van a ser cajes”, sentenció el ínclito Juan Ramón.

Una vez coincidimos en el reconocimiento médico de la empresa y al preguntarme a mí la doctora de la mutua, una chica joven de Granada, si me había puesto a dieta como me recomendó el año anterior por el exceso de peso, no me dio tiempo a articular respuesta: “Monchín” habló por mí: “Míralu, si tá afamiau. Si se ha comido hervida toda la hierba de la cuneta de aquí a Colloto”.  Genio y figura, ingenioso guasón cuyo recuerdo se asoma hoy con el reconocimiento mundial a la sidra por la Unesco. Lo hubiera celebrado a lo grande en El Montañés, en la sidrería Carmina o en el Salcedo, de seguir existiendo.

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