Opinión

Junqueras, el enterrador de Esquerra

Oriol Junqueras es uno de los políticos más insultados de España, sin duda el más vituperado por los independentistas y quizás el odiado con mayor saña por la otra mitad de ERC. La renovación consistía por tanto en liberarse pacíficamente del antiguo vicepresidente de la Generalitat, uno de los autores del Madrid, 4 -Barcelona, 0, con el marcador medido en años de cárcel. Sin embargo, la militancia de la formación asamblearia exangüe ha decidido que, puestos a hundir ERC, no cabe enterrador más idóneo que el propio Junqueras. Aunque la inexpresividad define al presidente reelegido, sorprende su falta de entusiasmo al recibir el cargo y el encargo de un partido demediado, en cuanto reducido a la mitad de sus sufragios en la casi totalidad de los concursos. Esquerra ha desperdiciado toda oportunidad de primacía, el nuevo viejo líder no puede soportar que Cataluña haya sido gobernada por Puigdemont y Aragonès. Su continuidad impide el sueño mosaico de la tierra prometida, porque la Generalitat queda fuera del alcance de unas siglas que apuntalan a los socialistas españoles así en Barcelona como en la entera Cataluña o incluso en la lejana España.

Junqueras se queda con Esquerra porque nadie la quiere, las alternativas barajadas ni siquiera merecen una mención. ERC se caracterizaba por ejecutar periódicamente a los líderes que enviaba a Madrid, y que eran seducidos hasta la intoxicación por hechiceros como Rubalcaba. Una vez verificado que los catalanes prefieren ser independentistas a independientes, el condenado por sedición será paradójicamente el encargado de neutralizar cualquier pretensión levantisca. En las cárceles sirias, se obligaba a los rebeldes en contra de Asad a disparar a sus compañeros de detención o a sus propios familiares. Junqueras pretendía reeditar a Pujol desde posiciones mesiánicas, pero se queda en un Arzallus moviendo los hilos entre las sombras. Le ha votado el 52 por cierto de los participantes, en un partido con una vocación decidida a escindirse sin fin. El electo no mide el malestar sino el mal estado de sus siglas, la envidia le ha condenado a un cargo poco envidiable.

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