Opinión | El pasado del presente
El belén que vino de Belén
un mensaje de paz y amor que se pierde en el ruido de la guerra y la aflicción
Belén está casi pegada a Jerusalén, la eterna capital disputada de tres religiones. Apenas nueve kilómetros las separan. Parecen muchos más. Un muro alzado de incomprensión, recelo, hostilidad y hormigón divide la vida de los habitantes a uno y otro lado. Por más que nos empeñemos no está la enemistad solo en una parte, está en las dos y en nosotros, que en la lejanía formamos parte de los bandos, soportes de ese muro de incomprensión.
Belén se hace presente en las Navidades en cada uno de los puntos del mundo que siguen la fe cristiana o que, aún no siguiéndola, se ve involucrado en su historia. Cuando uno va a Jerusalén y recorre sus calles y se adentra en los pasos de los llamados "santos lugares" siente la necesidad de ver el origen de una narración sagrada muy nuestra. Y, como cerca está la ciudad donde dicen que nació el profeta, el viajero va a Belén.
Rodeado de misterio y leyenda, como la vida misma de Jesús de Nazaret, está este rincón del mundo. Según el evangelio de Mateo, el primero del Nuevo Testamento, María y José estaban en Belén cuando nació Jesús. Comienza su descripción con José y María embarazada en Galilea, emprendiendo un viaje para que José pudiera inscribirse en su ciudad de Belén, cumpliendo el mandato del emperador Augusto empeñado en realizar para el control romano un censo de los judíos y sus familias. Que José fuera de Belén y perteneciera a la estirpe del añorado rey David, también de esa ciudad, es un hecho relevante en la legitimidad de Jesús como redentor. La afluencia a la ciudad debió de ser considerable. Los viajeros no encontraron aposento digno por lo que se vieron obligados a refugiarse donde pudieron. Que unos magos fueran guiados por una estrella hasta un portal; que el paranoico rey Herodes, advertido del nacimiento, quisiera asesinarlo y ordenara la "matanza de los inocentes"; que tuvieran que huir a Egipto; o siquiera que el mismo lugar de Belén y la fecha estuvieran en el origen del "Niño Dios" son capítulos controvertidos. En otros relatos de evangelios solo se habla de pastores visitando al niño, ni sabios, ni magos, ni estrellas. Pero todas estas narraciones bellas fueron posteriormente elaboradas en la construcción aceptada donde se nos dice hasta qué los Magos le obsequiaron oro, incienso y mirra, costosos productos y fragancias de uso medicinal muy apreciados. Sin embargo, aunque "el nacimiento en Belén no forma parte de un hecho histórico" sino de una "afirmación teológica escrita en forma de narrativa histórica" es hoy admitido y celebrado. Con dudas crecientes sobre los detalles hay textos antiguos que algo confirman como aquel de la "biblia hebrea, un libro llamado Micah, que se cree escrito alrededor del 722 a.C., donde se profetiza que el mesías vendría de Belén, el pueblo del añorado rey David".
Parece que la niebla de parte de esta crónica y su elaboración es casi irrelevante. El caso es que en el discurso de la religión y fe profesada por millones, Jesús de Nazaret vino al mundo en la pequeña ciudad de Belén. Y que ello coincidió cuando el sol invicto en su mínimo vital anunciaba el renacer próximo marcado por el solsticio de invierno. Las labores agrícolas finalizaban en esta época y los campesinos y los esclavos podían permitirse holgazanear algo, aplazando el trabajo cotidiano. Visitaban a familiares y amigos, hacían regalos y festejaban que los días crecerían. Amparándose en estos hechos fue el papa Julio I quien fijó desde el 337 d.C. la fecha del nacimiento en la Navidad. Entendió que era mejor utilizar aquellas celebraciones paganas, las saturnales, adaptándolas a la joven religión manteniendo las costumbres preexistentes. "Jesús sería el nuevo sol llamado a redimir al mundo".
Aunque hay quienes consideran que la fecha original del nacimiento es más cercana a la primavera, el 24 de diciembre se consolidó como el Día de Navidad por la coincidencia festiva pagana. Renacer, nueva vida, un niño que es esperanza en una religión alzada por el gran emperador Constantino como religión de Estado. Su imperial madre, Santa Elena de Constantinopla, diseñó casi a medida la crónica. Visitó varias veces el lugar donde creía que Jesús había nacido. Quería que donde le decían había estado el pesebre, estuviera decorado con los mejores materiales, que pudieran preservarlo para siempre. Así que, aunque Jesús naciera pobre, la Basílica de la Natividad fue decorada con oro y lapislázuli, algunos de los materiales de adorno más exquisitos. El agujero de la pobre cuna quedó convertido en joya. Desde 2016 este recinto es Patrimonio de la Humanidad. Mandaba Roma en Palestina intentando controlar la amalgama de tribus, familias y estirpes siempre enfrentadas que la vida misma del Nazareno puso al descubierto. "La vida de Brian" las dibuja bien.
En la Edad Media, en medio de mensajes de buena voluntad cuentan que San Francisco de Asís, allá por el año 1223, ideó la representación de "un belén viviente" en honor al Nacimiento del inocente pacificador de un mundo siempre quebrado. Luego reyes y altos dignatarios se preciaron de hacer fabricar, atesorar y mostrar artísticos "belenes" que son objetos de exposición. Hay ciudades, villas y rincones del mundo creyente que se llaman Belén en honor a aquel en el que Jesús nació. Los hay en España, Portugal, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Estados Unidos, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Panamá, Polonia o Turquía sin agotar la lista. Es Belén nombre además femenino que en España cuenta con 35.000 así llamadas y una media de edad que asegura continuidad.
Sumergida como todo el maravilloso y perturbado Próximo Oriente en una historia plagada de brillo y oscuridad, la Belén de hoy es parte de la Cisjordania herida. En su periplo temporal fue territorio de los asirios, de los persas, del gran macedonio Alejandro, de la Roma Imperial y de los reinos que la sucedieron; se vio sumida en las batallas de las Cruzadas medievales, formó parte de los califatos y emiratos musulmanes y del imperio otomano. Vivió su traumática desmembración y fue "protectorado británico" y quiso verse como una "solución" de convivencia al problema del masacrado pueblo hebreo sin lograr resolver un conflicto que hasta en los términos documentales se llama la "cuestión palestina". Casi irresoluble.
Y el caso es que, entre leyendas de dioses y realidades de hombres, la fe que mueve montañas, hace que millones de peregrinos visiten Belén, una población donde el 98% de sus casi 30.000 habitantes es musulmana. Y allí compramos, a los palestinos artesanos un pequeño belén tallado en bella madera de olivo, del olivo que siempre rodeó la trágica vida de Jesús. Un belén que cada año colocamos como un mensaje de paz y amor que se pierde en el ruido de la guerra y la aflicción. No sabemos hasta cuándo. Pero el belén que vino de Belén es el símbolo que en cada casa recuerda año tras año que otro mundo de belleza y sosiego debe ser posible. Feliz Navidad.
[Waugh, Evelyn (1903-1966). Jerusalen. viaje a los santos lugares. Editorial Elba, 2011]
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