Opinión | billete de vuelta

El mal sueño de un mal año

Un mal año es como un mal sueño: aunque provoque angustia y desazón siempre se acaba. Y el que nos abandona está a punto de firmar su finiquito. Vaya pues al desván del almanaque, donde comparten espacio a codazos meses necios. No quedará el mejor recuerdo de un año convulso que ha dejado profundas cicatrices.

Restan pocas hojas que arrancarle al calendario y en la hora del balance habrá que reconocer que 2024 no pasará al relato de la historia como un año plácido. Al contrario, recrudecieron conflictos armados cuya resolución se desconoce y que incluso amenazan con desatar una conflagración mundial de incalculables consecuencias. ¿Nadie va a evitar que unos cuantos locos armados hasta los dientes conduzcan a la humanidad al borde del precipicio? Cuestionada la capacidad de los organismos internacionales para arbitrar enfrentamientos entre naciones, ¿qué nos queda? Hasta la democracia, el mejor modelo que hemos encontrado para relacionarnos, se resquebraja por culpa de las cargas de dinamita de la corrupción, los populismos y la prevalencia de las emociones sobre la razón. Habrá que aferrarse a las palabras del politólogo Ives Mény: "Tengo una mala noticia y una buena; la mala es que la democracia está en crisis; la buena es que siempre lo ha estado".

¿Será 2025 un buen año para nuestro tradicional modelo de convivencia? ¿Habrá una oportunidad para la paz? ¿Prevalecerá la concordia y el consenso sobre el disenso y la polarización? ¿Será posible sellar para siempre la caja de los truenos de Pandora? La esperanza es lo último que se pierde y el sol no se ha puesto aún por última vez.

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