Opinión

Las uvas de la ira

Polémica antes, durante y después de las campanadas de año nuevo

Aquellos que aguardaban que los nobles propósitos del nuevo año ayudarían a rebajar el grado de acidez estomacal de un país empachado de crispación, se fueron a la cama tras las campanadas con doble ración de ardor. En este país doliente, la polarización ha sido inoculada con tal precisión en el hipotálamo de la población que hasta la sacra ceremonia de las uvas se convirtió en un ejercicio de disputa familiar. Hubo crisis de mando a distancia: la madre quiso ver a la Pedroche en Antena 3; el hijo mayor a Broncano en la 1 de TVE y el padre, melancólico, a Blanca Romero en Tele 5, por aquello de que el último rito del año se escenificó en Lanzarote, como el viaje de novios.

Así ocurrió en la previa de la caída del carrillón de la Puerta del Sol, y se recrudeció después, cuando Lalachus mostró, en un gesto para muchos irreverente y desagradable, una estampita del Sagrado Corazón con la cara de la vaquilla del Grand Prix. Sus detractores, que son legión, se ensañaron con esta señorita, a la que insultaron sin descanso y sin medida en las redes sociales, derramando una catarata monumental de “gordofobia”. Al río revuelto salió a remar el ministro Bolaños, anunciando con el nuevo año la reforma del delito de ofensas religiosas.

En este punto deberíamos convenir que, si a partir ahora nos vamos a tomar la vida con mayor humor y a reírnos de las creencias íntimas de cada cual, se aplique idéntico rasero a las humoristas sobradas de kilos, a los mangantes, a las esposas y hermanos de los mangantes, a los del turbante y a lo más turbante.

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