Opinión

La entereza de Trevín

Cómo afrontar un diagnóstico de cáncer

Habíamos sido convocados el 9 de noviembre en Buelna (Llanes) a generosa comanda un grupo heterogéneo de amigos, con la anual excusa, que dura ya años, de degustar dos monumentales quesos de gamonéu que habían bajado del puertu Titón y Berto, a los que acompañaba esta vez un tercero, también de imponente hechura, pero del valle, que llevó Juan Antonio, de La Prunal. Organizó el evento Antonio Trevín, que quizás ya entonces barruntaba la tormenta que le sobrevenía. Días después de aquel evento, Antonio fue avisando a los amigos más cercanos del fatal diagnóstico. Se había cumplido la terrible profecía de Otín, la del uno de cada tres, solo que esta vez la cruel dolencia no golpeó ni al vecino de asiento de la izquierda ni al de la derecha.

Era un cáncer de los de peor pronóstico, pero el expresidente del Principado comunicó el veredicto médico a los allegados con enorme entereza, con una implacable resolución de ánimo. Ya había pasado antes por idéntico trance, cuando parecido mal le arrancó a Maru de los brazos. Y así comenzó hace unas semanas una batalla que será sin cuartel, teniendo en cuenta que Trevín no es de los que hincan la rodilla, ni en la ganancia ni en la pérdida. En esta guerra recién declarada, Antonio tendrá a su lado a Luisa, también poco habituada a la firma de armisticios sin antes haber presentado armas. Y también a una legión de amigos, dispuestos a cubrir los flancos que queden desguarnecidos cuando la contienda así lo reclame. Nunca caminarás solo.

Trevín fue siempre un animal político. Ahora, desvestido de los atributos de la púrpura, queda Antonio, el hombre, el ser humano, demasiado humano.

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