Opinión
Fiesta en Torremolinos
En Torremolinos se anuncia la celebración de un evento de lujo con un boleto que trae la normativa para asistir. Están prohibidos los malos rollos, las peleas, la droga, las gorras, las chanclas... y los «maricones» (sic). La cosa daría para diez reuniones de urgencia de la comisión interministerial e internacional de derechos humanos, pero las fuerzas de equidad e igualdad más sonadas, las que paralizaron el país por los exabruptos gritones de una residencia de estudiantes o por una falsa agresión homófoba en Malasaña, se mantienen dubitativas. Pesados profesionales como Irene Montero no han abierto la boca en sus redes sociales sobre este particular. Repaso perfiles uno tras otro: ha venido menos de la mitad de la clase, nada más. ¿Qué está pasando? ¿Se quedaron dormidos después de las uvas de fin de año?
No. Pasa que esa fiesta abiertamente homofóbica es idea de unos marroquíes, es decir, se trata de un evento de lujo para marroquíes con pasta. Esto supone un grave cortocircuito en las olimpiadas de la opresión. De entrada, son ricos y homófobos, lo que serviría para aplastarlos con toda la fuerza de la propaganda, pero sin embargo pertenecen a una minoría étnica y religiosa, lo que complica tremendamente las cosas. ¿Qué debemos hacer? ¿Cómo oprimir a oprimidos que oprimen a los oprimidos sin, en el acto, oprimir a los oprimidos? La alcaldesa de Torremolinos es del PP, lo cual ha supuesto un descanso para la infatigable izquierda luchadora. Ha sido ella quien ha dicho que denuncia el presunto «delito de odio» a la policía, y los organizadores, según leo en «El País», la han insultado apelando a su confesión religiosa infiel.
Sin embargo, ha sido la ministra de Igualdad, Ana Redondo, quien ha logrado resolver el cortocircuito identitario con una salida terminológica tangencial y muy osada: ella ha culpado de esta convocatoria homofóbica a la ultraderecha. Los enemigos nacionalistas del Islam, las cuadrillas blancas y cristianas del bastión de Occidente, han saltado contra la ministra por utilizar esa etiqueta, pero a mí me parece que tiene toda la razón. ¡Ahí tenemos a la famosa ultraderecha! Una religión que aplasta a las mujeres y los homosexuales en los países donde se constituye en teocracia cuenta, sin duda, con muchos de los elementos que nos permiten identificar al fascismo. Y si no me creéis, podéis preguntar en la redacción de Charlie Hebdo. n
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