Opinión
¿Tiene límites la libertad de expresión?
La importancia del respecto a las creencias de los demás

¿Tiene límites la libertad de expresión? / .
Dichosamente, vivimos en un país que ha ganado espacio a la libertad de expresión en todos los ámbitos y eso nos permite manifestar opiniones diversas, sin temor a sufrir una represión desmedida, tal como sucedía en tiempos pretéritos. Sin embargo, algunas veces se producen situaciones que generan polémica y ante las cuales siempre me hago algunas preguntas: ¿Cuál es el límite a la libertad de expresión?, ¿para qué se hacen determinadas manifestaciones o gestos que se sabe de antemano que van a provocar algún tipo de altercado? Parece que no somos capaces de medir las consecuencias de nuestros actos y necesitamos que todo esté marcado por una ley que avale lo que hacemos en todo momento, aunque sabemos que lo legal y lo justo no siempre coinciden.
Pertenezco a una generación a la que le enseñaron que la libertad terminaba donde empezaba la del otro, y entre mi libertad y la suya, hay una línea muy fina, que es el respeto, una actitud que permite la convivencia pacífica, y cuando se traspasa, de alguna manera se provoca una agresión. Nada de lo que decimos o hacemos es inocente, todo está sometido a intenciones, más o menos conscientes, más o menos ocultas para nosotros mismos o para los demás; por lo tanto, no hay gestos inocentes y desprovistos de intención, por más frívolos que sean, y cuando sabemos que algo va a generar polémica, no es un acto inocente, sino una provocación, en la que la intención de ofender va disfrazada de banalidad.
Me pregunto qué hay detrás de algunas expresiones que, de antemano, se sabe que van a generar polémica. Para empezar: ¿Son necesarias? Seguramente no, salvo que sí lo sean para lograr algún objetivo, como, por ejemplo, alimentar la polarización de la sociedad, algo de lo que algunos pueden sacar provecho, pero que deberíamos evitar por el bien de la convivencia; o también, para mantener a la gente entretenida hablando de algo intrascendente, mientras dan la espalda a los problemas que sí nos afectan, como la subida de la vida, las dificultades para acceder a la vivienda y tantas otras cuestiones relacionadas con nuestro bienestar general y de las que deberíamos ocuparnos realmente. Hay momentos en los que tal parece que nos echan carnaza para entretenernos con tonterías, como al populacho en el circo romano, pero es una forma de distracción como otra cualquiera y el problema es que llevamos distraídos demasiado tiempo con asuntos banales, mientras ocurren cosas importantes en las que no nos paramos lo suficiente.
Lo que me llama la atención es que, en muchos casos, este tipo de situaciones están relacionadas con la religión cristiana. Vivimos en un país laico, cada persona es libre de creer o no, de seguir una u otra religión; sin embargo, parece que cada vez que se invoca el derecho a la libertad de expresión, suele ser en el contexto de actos que afectan a los símbolos del cristianismo, y como es previsible, la polémica no tarda en llegar por parte de algunos grupos que se sienten atacados, sin tener en cuenta que no ofende quien quiere, sino quien puede.
Lo que siempre me pregunto ante este tipo de situaciones es si quien ridiculiza o ataca símbolos cristianos haría lo mismo con otras religiones, como la islámica, porque si el propósito es cuestionar la fe, ¿no sería válido hacerlo con cualquier religión? Y, ¿cuál sería la respuesta si esto sucediera?
Lo ideal sería construir entre todos una sociedad en la que la educación y el respeto fueron la base de nuestras relaciones, para promover el entendimiento mutuo sin necesidad de recurrir a la sátira; una sociedad que promoviera el diálogo sin menospreciar a otros, partiendo de lo que dice Tierno Bokar, un sabio africano: "Hay tres verdades, la tuya, la mía y la verdad". Y puesto que nadie posee la verdad, ésta se encuentra a medio camino entre la tuya y la mía, quizás en el mismo espacio donde se traza la línea que define la libertad de cada uno.
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